miércoles, 28 de septiembre de 2016

Desarrollo de la Cosmología; parte VI, Galileo Galilei II


El proceso de la Inquisición de 1616 afectó profundamente a Galileo, minando su fortaleza física, de modo que las dolencias comenzaron a instalarse en su vida de manera crónica y tormentosa. Para ese tiempo, también sus dos hijas Virginia y Livia, fruto de sus relaciones con su amante Marina Gamba, con la que nunca se casó, llevaban unos tres años en el convento de San Mateo de Arcetri. De su primera hija Virginia, el registro de su nacimiento ya llevaba el estigma como “hija de Marina de Venecia y fruto de la fornicación”. Como hijas ilegítimas que eran, tenían pocas posibilidades de ser casaderas. Pero una salida digna para ellas era ser dadas al servicio de la Iglesia; de hecho, una monja era socialmente mejor vista que una mujer normal y además, el convento les ofrecía un contexto cultural mejor que al resto de las mujeres al permitirles pensar y escribir libremente.
Por supuesto, después del proceso de 1616, Galileo continuó con sus observaciones y estudios cosmológicos, pero sin poder hablar de su cosmología copernicana, aunque sí de aspectos concretos de los cuerpos astrales que observaba. Por ejemplo, en 1618 observó el orbitar de tres cometas. Mientras que los astrónomos jesuitas del Observatorio Vaticano defendían el punto de vista de Brahe sobre las trayectorias elípticas de los cometas como cuerpos celestes reales, Galileo, por su parte, se empecinaba en afirmar que solo se trataba de ilusiones ópticas propiciadas por fenómenos metereológicos; un nuevo error de Galileo. Aun así, por su trayectoria general, Galileo continuó recibiendo honores por su labor científica, sobre todo en 1620 y 1622 y convirtiéndose en representante de los círculos intelectuales romanos en contraposición a los círculos científicos jesuitas.
Hasta ese momento, Galileo gozaba de una gran amistad con el cardenal Maffeo Barberini, quien hasta llegó a componerle el poema Adulatio Perniciosa en su honor y, además, dicha amistad continuó después del 6 de agosto de 1622 cuando el cardenal fue nombrado Papa como Urbano VIII.
Su hija mayor, Virginia, que en el convento había cambiado su nombre a María Celeste, comenzó en 1623 a mantener una relación epistolar muy estrecha con su padre; animándolo y manteniéndole informado sobre la vida en el convento.
En septiembre de 1624 Galileo fue recibido en varias ocasiones por su Papa amigo, y en una de ellas, Urbano VIII le dio a Galileo la idea para su próximo libro; una exposición imparcial sobre los dos sistemas cosmológicos en ese momento; el de Copérnico y el de Aristóteles. Dialogo sobre los dos sistemas del mundo, sería la obra escrita por Galileo que le daría mayor grandeza y mayor tragedia al mismo tiempo y al que consagraría su escritura hasta 1631, no sin dificultades, porque en 1628 Galileo estuvo a punto de morir de enfermedad. Pero se recuperó y en febrero de 1632 la obra fue impresa. Pero muy poco después, los ojos de Galileo comenzaron a fallarle y la oscuridad en su vida, tanto física como existencial; que no intelectual, empezó a adueñarse de él.
La idea que Urbano VIII le había sugerido a Galileo era buena, pero ¿sabría él presentar los dos sistemas del mundo de manera imparcial? Esto era harto difícil, porque Galileo se resistía desde antes de su encuentro con el Papa a que se equiparara el sistema de Copérnico con el de Ptolomeo. En realidad, si Urbano VIII hubiera encargado este proyecto a algún otro científico moderado, es posible que hubiese salido una obra técnicamente imparcial. Pero en este caso; Galileo sacó su genio y arrambló con el sistema en el que no creía. De nuevo su carácter le traicionó; casi pareció que le falló hasta su sentido común. Su obra le granjearía nuevos enemigos, algunos que ni él había pensado que pudieran llegar a serlo.
El Dialogo de Galileo estaba redactado de esta manera: La escena se desarrolla en Venecia durante cuatro días donde Salviati, Simplicio y Sagredo debaten sobre la concepción del mundo. Salviati el “académico” representa la postura copernicana de Galileo, mientras que Simplicio defiende el sistema de Aristóteles y Ptolomeo. Sagredo es el neófito educado que escucha con imparcialidad ambos sistemas.
Con el apoyo de Urbano VIII y del Gran Duque de Toscana, el Dialogo de Galileo ve la luz el 21 de febrero de 1632 y provoca un verdadero escándalo y revolución. El libro descalifica el geocentrismo de Ptolomeo al estilo sarcástico de Galileo. El libro, por supuesto, despunta en su defensa del Copernicanismo y pone en mal lugar la pobre defensa que hace Simplicio del sistema aristotélico-ptolemaico. Además, estaba escrito en lengua italiana en vez de latín con lo que el escándalo se hizo mayor al abarcar a más lectores entre la gente común, desagradando en esto también a la Iglesia. Los enemigos de Galileo; se sospecha de los jesuitas; lanzaron un rumor que llegó a la atención del Papa Urbano, insinuando que Galileo se había inspirado en él para el papel de Simplicio de modo que el Papa quedara malparado.
Galileo no esperaba estas reacciones y mucho menos que su amigo el Papa tomara su posición al lado de sus enemigos; pero la cosa pintó muy mal en cuanto la Inquisición tomó cartas en el asunto acusando formalmente a Galileo de haber desobedecido la interdicción de 1616 que le prohibía la defensa del Copernicanismo mas allá del planteamiento hipotético. Efectivamente, Galileo rebasó este límite presentando en el Dialogo dos pruebas más a favor del sistema heliocéntrico, el movimiento de las mareas y la rotación de las manchas solares. El tiempo demostró que la segunda prueba era correcta pero no la primera sobre las mareas, aunque ésta estuviera presentada magistralmente.
Galileo que ya contaba con sesenta y ocho años y además se encontraba débil y enfermo, fue requerido por la Inquisición para que se presentara en Roma. Aunque Galileo trato de dilatar todo lo que pudo esta demanda, finalmente fue conminado para que se presentara de inmediato en Roma, por la fuerza, si fuera necesario. Finalmente, el 9 de abril de 1633, comenzó el proceso contra él.
Desde el momento en que la Inquisición llamó a Galileo, su hija Celeste, que ya tenía conocimiento del contenido del Dialogo; desde el convento trató de mantener fuerte la moral de su padre pero instándole al mismo tiempo a mostrar prudencia. Antes de que Galileo saliera de Florencia le escribió: “Padre, le ruego que no afrontéis estos problemas sin reflexionar. Pero, aunque los veáis de forma pesimista, utilizadlos para eliminar las imperfecciones que habéis reconocido en vos mismo y lleguéis a superar la vanidad y las falacias de todas las cosas terrenales.”
Es interesante, en este sentido, que Galileo, cuando estuvo presente ante el tribunal de la Inquisición reconoció lo siguiente: “Mi error, lo confieso, fue por ambición, por la natural inclinación de muchos hombres a analizar las cosas que no hacen otros, a mostrase a ellos a mismos más diestros que  otros hombres y exponer argumentos a favor de proposiciones, incluso siendo falsas propuestas.” De esta respuesta de Galileo se infiere una posibilidad que no han contemplado la mayoría de los historiadores sobre la abjuración de Galileo. Generalmente se atribuye la abjuración de Galileo al temor al sufrimiento, al dolor del tormento e incluso a la muerte en la hoguera que él tendría muy presente en el caso de Giordano Bruno treinta y tres años antes. Otros lo han atribuido a una estrategia de Galileo para poder seguir investigando en ciencia. Pero no he leído de nadie que haya dicho que Galileo pudo tener en cuenta los sentimientos de su querida hija Celeste a la hora de abjurar. Galileo sabía de la gran preocupación de su hija por su salud física y espiritual y también de su angustia por su futuro. Las palabras de Celeste antes de que Galileo abandonase Florencia para presentarse ante la Inquisición bien pudieron hacer mella en él al grado de preguntarse si valía la pena arriesgar su vida por cuestiones no totalmente seguras y que eran sustentadas no solo por el amor a la verdad sino también por la pura gloria personal. Además, por otra parte, Galileo quien también amaba mucho a su hija, bien pudo pensar en el efecto que tendría en ella una condena extrema, como la de Giordano Bruno. ¡Qué tragedia y oprobio para ella! Galileo no soportaría pensar que su hija tampoco soportaría un destino tan horrendo y humillante para él. ¡Qué conflicto tan terrible para una persona; ver a la Iglesia a quien servía cometer semejante injusticia contra su padre!   

Desde el principio del proceso, Galileo alegó no recordar haber recibido del cardenal Belarmino, allá en 1616, la limitación de discutir el sistema Copernicano solo como hipótesis. Finalmente se encontró un acta en ese sentido, pero se hallaba sin firmar por ninguna de las partes. Ante esta débil prueba, la Inquisición conminó a Galileo a confesar, bajo amenaza de tortura sino lo hacía y de benevolencia si colaboraba. Galileo decidió confesar en una comparecencia el 30 de abril. Después de casi dos meses, el 21 de junio de 1633, le fue leída a Galileo una terrible sentencia: se le condenaba a prisión perpetua pero también a abjurar de sus ideas. La pesadilla más detestable para un arrogante se cumplió. Tuvo que fingir una humildad ficticia de la que nunca había hecho gala ante las autoridades de la Iglesia, a pesar de que él nunca creyó en la imposición de las ideas basada en la autoridad y no en la razón. Vencido y humillado, Galileo abjuró de sus ideas.
Es en este momento donde algunos historiadores siguiendo a Giuseppe Baretti han querido situar la famosa frase de Galileo “Heppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”). Pero en ese momento; en situación de reo convicto, no era probable tal declaración y menos ante la Inquisición que hubiera reaccionado ante tal desacato y provocación. Tal circunstancia hubiera quedado reflejada en el acta del proceso y probablemente hubiera condicionado la condena. Sin embargo, la condena de prisión fue conmutada por indulgencia del Papa Urbano por arresto domiciliario perpetuo. Por eso, en opinión de Stillman Drake, especialista en Galileo, si esa frase se pronunció alguna vez, tuvo que ser en otro momento y lejos de oídos enemigos de Galileo.
El texto de la sentencia llegó a muchos países de Europa. Galileo perdió numerosos amigos debido a este proceso; muchos no le perdonarían su abjuración ante la Inquisición como un acto de cobardía. Sin embargo, sus discípulos Viviani y Torricelli y otros, probablemente vieron al anciano Galileo con benevolencia, como un hombre enfermo y vencido y por eso decidieron no juzgarlo con severidad y estar con él hasta el final de su vida.
Cuando María Celeste ya conoció la sentencia contra su padre y el Diálogo le escribió: “Mi queridísimo señor padre, ahora es el momento de valeros más que nunca de la prudencia que Dios os ha dado”. También, como amantísima hija movió su influencia para hacerse cargo de la recitación de los salmos penitenciales que la Inquisición había impuesto a Galileo una vez cada semana. De hecho, el gran amor que sentía por su anciano padre llegó al grado de considerar la posibilidad de tomar el puesto de su padre en la prisión para ahorrarle a él tal sufrimiento. Pero tal cosa no fue necesaria ya que la condena de Galileo se conmutó al confinamiento en su propia casa.
 Para finales de 1633, Celeste le había escrito a su padre 124 cartas a lo largo de diez años, donde expresaba claramente la afectísima admiración por él y su obra y, mostrándole un grandísimo respeto dirigiéndose habitualmente a él como “señor padre”. Por su parte, Galileo le correspondió describiéndola como "una mujer de exquisita mente, singular bondad, y muy apegada a mí."
Durante los siguientes cinco años que Galileo permaneció confinado en su casa junto a algunos de sus discípulos, continuó en su labor investigadora centrándose, no ya en la cosmología pero sí retomando de nuevo la física de su juventud. En 1636 escribió su libro Discursos sobre dos nuevas ciencias, estableciendo las bases de la Mecánica y la de la Resistencia de los materiales. Con la Mecánica de Galileo se da por finalizada la física aristotélica; y los estudios sobre el movimiento que contenía el libro serían la piedra angular donde Newton continuaría su obra hacia el descubrimiento de su Ley de la gravitación universal. Justo terminado este libro perdió la visión de su ojo derecho el 4 de julio de 1637 y seis meses después, Galileo perdió definitivamente la vista. Ciego y asistido por algunos de sus discípulos, Galileo continuaría trabajando con la ayuda de ellos hasta su muerte cuatro años después en Arcetri a la edad de 77 años.
La Iglesia Católica tardaría más de 350 años en homenajear a Galileo pero sin rehabilitarlo completamente. La Iglesia insiste en decir que Galileo no pudo demostrar en aquel momento que la Tierra girara sobre sí misma y alrededor del Sol. Ahora bien, si con eso la Iglesia pretende justificar su proceder autoritario sobre el libre pensar científico o su injerencia en él, está claro que la condena sobre ella es unánime actualmente.
Galileo creía en la “soberbia verdad” lo mismo que Jerónimo de Estridón, el doctor de la Iglesia, creía en la “santa arrogancia”. Pero ambos conceptos llevan aparejado un contrasentido y un mismo resultado: la imposición forzada de los argumentos en otros. Si Galileo hubiera tenido en cuenta las palabras del apóstol Pedro en 1 Pedro 3:15, habría presentado la defensa de sus argumentos con “suave fortaleza y temor”. Esto es, que podría haber presentado el poder de sus argumentos de manera sutil y delicada, pero siempre desde una posición humilde; una actitud que acercara a sus interlocutores a sus pensamientos, lejos de alejarlos con su vanidad y arrogancia. Además, la segunda palabra; el temor, que traduce el griego phobos y que, entre otras cosas, indica el temor que nos produce una persona con autoridad; alguien a quien, si no le damos la debida consideración y respeto, puede transformar nuestro temor en terror. ¡Qué pena! ¿Cómo es posible que un hombre tan sabio como Galileo y creyente además en las Sagradas Escrituras pudo dejarse seducir por la vanidad y la prepotencia con terribles consecuencias para él? ¡Qué diferente pudiera haber sido todo si hubiera mantenido una actitud modesta ante sus adversarios científicos y poderosos miembros del clero!
Por eso, nuestra anterior entrada sobre Galileo concluyó con una aplicación de Eclesiastés 9:11 a su persona en el sentido del sabio que tropieza sin esperarlo y sin el favor de los grandes. Pero Eclesiastés continúa en el siguiente versículo 12 con unas palabras que siguen identificando el final de la vida de Galileo, así como de tantos otros; yo diría, de la mayor parte de la humanidad. Dice: Porque nunca sabe el hombre su hora. Como peces atrapados en una red mala, y como aves agarradas en un lazo, ellos; los hijos de los hombres; son atrapados en mala hora, cayendo sobre ellos bruscamente.”
El lazo en el que la Inquisición cogió a Galileo a menos de nueve años de su muerte, ciertamente ensombrecieron más el ocaso de su vida que ya estaba en penumbra por su gradual ceguera; que fue total en sus últimos cuatro años. La muerte de su hija Celeste supuso uno de los más terribles golpes que este hombre pudo recibir a menos de un año de habérsele comunicado su sentencia y a menos de cuatro meses de haber regresado a Arcetri, cerca de ella. Angustiado, Galileo confesó a un amigo suyo: “siento una tristeza y una melancolía enormes; me siento despreciable y oigo a mi querida hija que me llama”. Su aplastante sentimiento de culpa obedecía a la creencia de que su hija había descuidado su salud por culpa de su larga ausencia de Florencia.
Seguramente que al final de su vida Galileo meditaría mucho en cómo había enfocado su conocimiento ante los demás y creo que llegaría a la misma conclusión que he contado en esta historia. A lo mejor pensó: “Pude haberlo hecho mejor.”


Pero justamente un año después que murió Galileo, nació otro hombre que se subiría a los hombros de este gigante y continuaría su obra. Isaac Newton era su nombre y de él hablaremos en nuestra próxima entrada. 

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