DAD
A CESAR LO QUE ES DEL CESAR
En 1936, Martín Rist,
profesor emérito de la Escuela de Teología Iliff de Denver, Colorado, publicaba
su artículo “César o Dios, un estudio en forma de historia”, en The Yournal of
Religión. Según él, un cristiano de origen gentil; un redactor tardío respecto
al momento histórico del ministerio de Jesús, habría cambiado el sentido de la
cuestión del impuesto a Cesar por una pregunta sobre la idolatría y la
adoración al Emperador de Roma; pues según el autor sería impensable que Jesús
hubiera hecho mostrar, en el recinto del templo, una moneda imperial con la
efigie del Cesar, que era un verdadero ídolo. En consecuencia, rechaza el
relato evangélico como de valor histórico y alude que el verdadero relato se
halla en el Papiro Ergeton del siglo II, según el cual Jesús no pidió que se le
mostrase un denario.
Cuatro años después, en 1940, salía
a la luz el libro “Dad al Cesar: lealtad religiosa y política en Palestina” del
orientalista inglés, H. M. J. Loewe (Herbert
Martin James), profesor de hebreo rabínico en las Universidades de
Oxford, Cambridge y Londres; y considerado por los círculos académicos ingleses
como el representante de la erudición judía. En este libro el docto profesor
llegó a afirmar que el episodio donde Jesús es interpelado por los fariseos
para que tome posición sobre el pago de impuestos al Cesar no tenía valor
histórico y que, por supuesto, las palabras “devolved a Cesar” no fueron de
Jesús.
Bien; lo primero a considerar
es una apreciación teórica sobre las fuentes de este episodio. Respecto al
papiro Ergetón, el teólogo alemán Ethelbert Stauffer escribió que el papiro Ergetón no era más que
“un mosaico mal hecho de reminiscencias y fórmulas del Nuevo Testamento”. Desde
un punto de vista objetivo el papiro Ergetón no tiene más valor que los
evangélios sinópticos que son tres testimonios independientes y más tempranos
que el propio papiro. Sobre las fuentes, siempre me gusta considerar que cuanto
más cercanas a los acontecimientos tienen mas visos de veracidaz; por supuesto,
siempre y cuando, los autores de dichas fuentes tenga una reputación sólida en
cuanto a su amor a la verdad.
Tristemente, la Alta Crítica no siempre tiene claro este aspecto y
repetidamente ha atacadado la autenticidad de los escritores bíblicos. Pero,
¿realmente se puede atacar a los autores cristianos de falsear la verdad en
aras de motivos ocultos, cuando aquellas personas estuvieron dispuestas a morir
por lo que creían; que al fin y al cabo era lo que habían “visto y oído”
(Hechos 4:20); cuyos relatos estaban “plenamente acreditados” entre todos los
cristianos (Lucas 1:1). Y puesto que los evangelios sinópticos son un ejemplo
de la regla bíblica y jurídica para establecer la verdad, y que el cristiano y
apóstol Pablo recordó: “Por boca
de dos testigos, o de tres, todo asunto tiene que ser establecido.” (2
Coríntios 13:1) citando de la Ley en Deuteronomio 19:15. Bueno, pues como ya he
considerado, los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas son tres
testigos independientes y los tres relatan el episodio del acoso de los
fariseos a Jesús sobre el tributo a Cesar. Por lo tanto, no hay ninguna razón
para ponerlo en tela de juicio. Para los cristianos primitivos decir la verdad
era una virtud de inestimable valor y por supuesto, sabían diferenciar
perfectamente entre los “cuentos artificiosamente tramados” (2 Pedro 1:16)
y lo que habían llegado a experimentar por “ser
testigos oculares” de los acontecimientos.
El segundo aspecto a
considerar es lo que Martín Rist dijo
respecto al redactor tardío que habría cambiado el sentido de la cuestión del
impuesto a Cesar por una pregunta sobre la idolatría y la adoración al
Emperador de Roma. Esto tiene que ver con la contra réplica que Jesús interpone
a los fariseos al pedirles que contesten “¿De quién es esta imagen e inscripción?” (Marcos 12:16) El doctor en
teologíaJ.
Spencer Kennard, en su libro, titulado Render to God, argumenta que la circulación del denario en Judea
probablemente era escasa. Las únicas personas que tramitaban rutinariamente con
el denario en Judea habrían sido soldados, funcionarios romanos y líderes
judíos colaboradores de Roma. Es notable,
por lo tanto que Jesús no poseyera la moneda pero que sus interlocutores la
consiguieran enseguida. La idea de Rist es que al hacer esto Jesús los puso ante la evidencia del
significado que la imagen e inscripción mostraban. El frente del denario
mostraba un busto perfilado de Tiberio coronado con los laureles de la victoria
y la divinidad. Alrededor de la imagen
de Tiberio hay una abreviación,
"TI CAESAR DIVI AUG F AUGUSTUS", que significa "Tiberius Caesar
Divi August Fili Augustus", que, a su vez, traduce "Tiberio César,
Adorable Hijo de Dios, Augusto". En el
anverso de la moneda se encuentraba la diosa de la paz romana, Pax, y
circunscrita a su alrededor la abreviatura, "Pontif Maxim", que
significa "Pontifex Maximus", que, a su vez, significa "Sumo
Sacerdote". Por lo tanto, la
moneda describía claramente a César como un dios. Tanto Stauffer como Kennard
enfatizan el interesante punto de que las monedas del mundo antiguo eran el
principal instrumento de propaganda imperial, promulgando las hazañas de sus
emisores, en particular la apoteosis del emperador. Las monedas superaban a todos los demás medios de propaganda,
puesto que iban a todas partes y eran manejadas por todos. Su simbolismo sutil
invadía cada hogar. La moneda del Episodio del Tributo es un buen ejemplo de
propaganda romana, puesto que Impone el culto de la adoración del emperador y
afirma la soberanía de César sobre todos los que tramitan con ella. Todo esto, por supuesto, chocaba directamente
con la religión judía quien consideraba a Jehová como el único Dios y el “Señor
de toda la tierra (Sal. 97:5) De esta manera, el teólogo Martín Rist insinúa que Jesús estaba dejando caer ante
sus inquiridores que César estaba ocupando la tierra que Dios había dado a los
judíos y encima, exigiéndoles impuestos. De esta manera sutil, estaba
insinuando la insumisión de Jesús hacia el pago de impuestos y por ende, la de
sus discípulos. Pero nada más lejos de la realidad.
De nuevo, vuelvo a la
importancia de las fuentes fundacionales. No es así como lo entendieron los
primeros cristianos; aquellos que escribieron los textos fundamentales
cristianos, como los evangélios. El apóstol Pablo recordó sin tapujos a los
primeros cristianos: “Pues por
eso ustedes también pagan impuestos; porque ellos son siervos públicos de Dios
que sirven constantemente con este mismo propósito. Den a todos lo que les es
debido: al que [pide] impuesto, el impuesto; al que [pide] tributo, el tributo;
al que [pide] temor, dicho temor; al que [pide] honra, dicha honra.” (Romanos 13:6, 7)También , el apóstol Pedro
exhortó: Por causa del Señor sujétense a toda creación humana: sea a un rey
como quien es superior, o a gobernadores como quienes son enviados por él para
infligir castigo a los malhechores, pero para alabar a los que hacen el bien. (1
Pedro 2:13, 14) Además, hay razones que
añadir para explicar porqué Jesús no estaba utilizando su pregunta de contrarréplica
con segundas intenciones. Simplemente, no era el estilo de Jesús. Su estilo era
directo y sencillo, con la única intención de ayudar a sus interlocutores a
tener una buena relación con su padre, el Dios verdadero. Solo hay que leer el
Sermón de la montaña (Mateo 5-7) para verificar la sencillez y claridad del mensaje de Jesús. Además, a
Jesús le encantaba adornar su enseñanza con parábolas o ilustraciones; en
definitiva, vívidas imágenes en la mente de sus oyentes que alumbraban
conspicuamente su entendimiento, y lo cual agradecían con vívido fervor (Mateo
7:28) Así pues, ¿por qué no pedir una moneda que sus interlocutores usaban
asiduamente para impactar una respuesta clara a su capciosa pregunta? De hecho,
en este relato, tanto Mateo, Marcos como Lucas ponen en boca de los que
interpelan a Jesús las palabras: “Maestro, sabemos que eres veraz y
enseñas el camino de Dios en verdad” (Mateo 22:16) Aquellos querían una
respuesta clara de Jesús de acuerdo con la verdad. Difícilmente hubieran
aceptado una respuesta ambigua de Jesús sin pedirle más explicaciones.
Por supuesto, esto nos
lleva a la cuestión principal a la que se ha aludido al principio: ¿pediría
Jesús una moneda con una imagen e inscripción idolátricas en el mismo recinto
del templo de Jerusalén?
Una respuesta meditada
y no pasional podría aclarar que esto no supuso problema alguno, sobre todo al
considerar algunas circunstancias a tener en cuenta. En primer lugar la mayoría
de los judíos podían ver la gran diferencia entre el uso de denarios con la
inscripción de Tiberio César y la profanación que Antioco Epífanes hizo en el
templo de Jerusalén en el siglo II a. E.C. al erigir una estatua del dios
griego Zeus en el recinto del templo, lo que suscitó la rebelión de los
Macabeos. No hay parangón entre una cosa y la otra. Aquella imagen descollante
indignaba profundamente a los judíos; sin embargo las monedas son más
discretas; suele llevarse guardadas y hay que mirarlas para hacer el pago
correcto y recibir las vueltas exactas. Otro aspecto a tener en cuenta era que
el segundo mandamiento no prohibió toda hechura de imágenes o representaciones,
sino solo el hacerlas como objetos de adoración. Por eso, en el mismo templo
había representaciones de muchas cosas como los querubines sobre el arca del pacto,
igual que había habido representaciones de querubines bordadas en las cortinas
del anterior Tabernáculo. Estaban también los doce grandes toros que sostenían
el “gran mar fundido” de 30 Tm, donde los sacerdotes se lavaban antes de
oficiar. Se utilizaron estos toros como símbolo de poder, no para adorarlos. El
ejemplo más notable para discernir este aspecto está en la serpiente de cobre
que Dios mandó hacer a Moisés para que todo aquel que había sido mordido por
una serpiente venenosa fijara la vista en la imagen de la serpiente de cobre
colocada sobre un poste y entonces era sanada. Sin embargo, siglos después
durante el reinado del rey Ezequias, éste la trituró completamente porque en
sus días los israelitas comenzaron a adorar a este ídolo-serpiente (2 Reyes
18:1-4) La pregunta pertinente, entonces es, ¿pensaban los judíos que eran
idólatras por llevar monedas romanas con la imagen de Cesar. Todo parece
indicar que no.
En vista de este
interesante tema que suscitó el docto
Martín Rist, se me ocurrió la idea de consultar con un profesor al que conocí a
través de Internet hace unos pocos años, el profesor don Antonio Piñero,
catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid e
investigador del Cristianismo Primitivo; considerado todo un experto en el
tema. En su email él me contestó muy amablemente que desde su punto de vista;
más que los denarios, no había nada más impuro para los judíos que los propios
gentiles o no judíos. Además, el docto profesor me dio una idea en la que, por
cierto, ya había pensado y que me dio la confianza para exponerla también aquí.
Se trata del patio más grande que había en el templo de Jerusalén llamado el
Atrio de los gentiles. Había varios atrios o patios en el Templo de Jerusalén,
el atrio de Israel, el de los sacerdotes, el de las mujeres y el de los
gentiles que era el más amplio Había que pasar por varios
atrios para llegar al edificio central, que era el santuario en sí. Cada uno de
esos sucesivos atrios tenía un mayor grado de santidad.
Por ejemplo, en el
Atrio de los gentiles los ciegos, los cojos y los gentiles incircuncisos—
podían entrar sin restricción (Mateo 21:14, 15).Lo utilizaban los muchos
“temerosos de Dios” (Hechos 13:16) que no eran prosélitos judíos en sentido
completo y que deseaban hacer ofrendas a Dios. Además, fue allí donde Jesús en
diversas ocasiones se dirigió a las muchedumbres, y dos veces expulsó a los
cambistas y a los comerciantes diciendo que habían deshonrado la casa de su
Padre (Mateo 21:12, 13; Juan 2:14-16). Es sobresaliente que La
Enciclopedia Judía comenta: “En sentido estricto, este atrio exterior
no formaba parte del templo. Su suelo no era sagrado, y
cualquiera podía entrar en él”.
Por lo tanto, no hay
ninguna razón de peso para que el Atrio de los gentiles no fuera el escenario
donde se mostró a Jesús un denario romano con la imagen del César.
Finalmente acudiré a
un ejemplo contemporáneo para zanjar completamente esta cuestión. Tiene que ver
con los testigos cristianos de Jehová, un grupo cristiano contemporáneo con más
de un siglo de trayectoria a nivel
mundial. En España, los testigos de Jehová obtuvieron su reconocimiento
legal en 1970 pero ya llevaban varias décadas haciendo su obra en medio de las
dificultades que les imponía el régimen político. Como rasgo particular en
cuanto al tema que nos ocupa hay que decir que los testigos son completamente
contrarios a cualquier manifestación de idolatría. No utilizan ningún tipo de
imagen religiosa; ni siquiera el símbolo de la cruz; ni en sus casas ni en sus
centros de adoración. No obstante, convivieron con el régimen franquista
utilizando las monedas del Estado con la imagen del Caudillo Francisco Franco
que llevaban la inscripción “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Esto,
que en sentido estricto es una blasfemia,
no impidió nunca que los testigos españoles utilizaran estas monedas para vivir
y para pagar sus impuestos. Esta postura que podríamos calificar de equilibrada
y pragmática creo que es la misma postura que aplicaron los judíos en general
al uso de monedas del Cesar durante el primer siglo y el ministerio de Jesús.
Por lo tanto, cualquier objeción al episodio del tributo a Cesar, como episodio
histórico escrito en los evangelios se diluye como otro dicho “ocioso” más
(Mateo 12:36) de la alta Crítica que tanto daño hace a la fe auténtica.
Bibliografía:
*** La
Atalaya, 2002 1/5 pág. 30 Preguntas de los lectores ***
“Prosélitos
y metuentes, La sinagoga cristiana, José Monserrat Torrents, pags. 41-50,
ediciones Muchnik.