El 24.12.18 es una fecha que no podré olvidar nunca. La
mañana de ese día, como a las 9.30 horas, estando trabajando frente al
ordenador; de repente, en un punto muy preciso en el centro de mi cabeza se
instauró un pequeño dolor; un dolor que iba in crescendo por décimas de segundo
y que acaparó toda mi atención. Me quedé parado, sentado como estaba, solo
pendiente del dolor y del aumento de su intensidad. Como al minuto, el dolor
puntual en el centro de mi cerebro cesó repentinamente. Meditando en lo que había
pasado; como al medio minuto, mi cuerpo erguido se fue de su eje hacia la
izquierda sin control alguno y aterricé sobre el suelo plano, con un leve golpe
en la cabeza. Menos mal que no estaba alrededor de ningún mueble ni otra cosa
con esquinas puntiagudas con las que pudiera haberme golpeado con mayor
peligro. Lo primero que aprecié una vez en el suelo fue la vívida lucidez de mi
conciencia; no la había perdido ni por un instante. Le di las gracias a Dios
aunque de lo que sí me di cuenta es de que no podía mover ni mi brazo ni mi
pierna izquierdas. No podía subirme de nuevo a la silla ni tampoco al sofa.
Estaba de espaldas contra el suelo pero no tenía frío porque estaba vestido con
el pijama y el batín. Así estuve hasta que vino mi esposa al mediodía.
Enseguida me llevaron al hospital con ambulancia y allí se me hizo una
resonacia magnética que determinó un derrame cerebral pequeño de etiología
hipertensiva.
A las dos semanas, una vez fuera
del hospital fue cuando se me ocurrió que una entrada de mi blog se dedicaría a
repasar la historia del ictus; que es lo que os ofrezco a continuación.
Comencemos hablando de la afasia
que es la dificultad para la comunicación mediante el habla. Hablamos de ella
por la frecuencia con que se da después de los ictus o traumatismos craneales y
también, sobre todo porque las primeras referencias del fenómeno
afásico proviene de los papiros de Edwin Smith quien los descubrió en
1862, en la ciudad de Luxor (Egipto). Estos papiros datan alrededor
del 1700 a. E.C. y contienen la descripción de 48 pacientes con daños físicos.
De estos, 27 presentaban trauma de cabeza y fractura de cráneo; por eso es
probable que los restantes 21 pacientes sin trauma craneal se correspondan con
un ictus o ACV (“ataque cerebrovascular”) de carácter isquémico o hemorrágico.
Por supuesto, aunque de estos, los médicos egipcios no pudieran explicar una
etiología o causa que explicara su afasia, la descripción del papiro
de Edwin Smith es relevante por evidenciar la existencia del ictus hace más
de 3700 años.
"La leona herida", Bajo relieve asirio del palacio de Asurbanipal en Nínive, siglo VII a. E. C. |
Incluso, en el
bajorrelieve asírio del conocido como “la leona herida”
algunos autores han querido interpretar que los sumerios quisieron ilustrar la
paraplejia de esta leona cuya médula espinal había sido atravesado por flechas, paralizando completamente sus extremidades traseras en contraste con
la tensión muscular y la fuerza de la parte superior de su cuerpo.
De esta descripción damos un salto de más de un siglo hacia adelante y nos situamos en la antigua Grecia donde el “padre de la medicina” Hipócrates de Cos es el primero en describir el ictus al que denominó “apoplejía” que en griego significa “golpe súbito”. Hipócrates que vivió entre los siglos IV y V a. E. C. presentó la apoplejía como el desequilibrio de los cuatro humores del cuerpo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, pero sin precisar su etiología o causa, por lo que en ningún momento Hipócrates relacionó la apoplejía con un efecto sobre el cerebro; en algún momento sí llegó a considerar como causa próxima de la apoplejía la suspensión circulatoria del espíritu vital en las venas. También llegó a describir como apopléjicos a los que en plena salud son acometidos de dolores de cabeza y caen privados repentinamente de la palabra, con respiración estertorosa, de lo que Arquijenes (siglos I-II E.C.) también toma buena nota y la amplía también a la persistencia de la circulación en el apopléjico.
De esta descripción damos un salto de más de un siglo hacia adelante y nos situamos en la antigua Grecia donde el “padre de la medicina” Hipócrates de Cos es el primero en describir el ictus al que denominó “apoplejía” que en griego significa “golpe súbito”. Hipócrates que vivió entre los siglos IV y V a. E. C. presentó la apoplejía como el desequilibrio de los cuatro humores del cuerpo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, pero sin precisar su etiología o causa, por lo que en ningún momento Hipócrates relacionó la apoplejía con un efecto sobre el cerebro; en algún momento sí llegó a considerar como causa próxima de la apoplejía la suspensión circulatoria del espíritu vital en las venas. También llegó a describir como apopléjicos a los que en plena salud son acometidos de dolores de cabeza y caen privados repentinamente de la palabra, con respiración estertorosa, de lo que Arquijenes (siglos I-II E.C.) también toma buena nota y la amplía también a la persistencia de la circulación en el apopléjico.
El relevo de Hipócrates lo toma, como no; Galeno (siglos I-II E.C.), considerado uno de los más completos investigadores de la Edad
Antigua, quien descubrió las diferencias extructurales entre venas y arterias
y demostró que por las arterias
circulaba sangre y no aire como se pensaba hasta entonces. Atribúyó la apoplejía a diversas causas lejanas que producen la
detención de la fuerza vital, tales como el aflujo de la sangre, y el acumulo
súbito de un humor pituitoso en los ventrículos. Las obras de Galeno contienen numerosas referencias a la
apoplejía, incluyéndose descripciones de sus síntomas y signos, como, por
ejemplo, cuando dice: “Cuando todos los nervios, además de los sentidos, además del movimiento, se pierdan,
la afección se llama apoplejía.” De acuerdo con sus teorías, los espíritus
vitales (pneuma vital), formados en el corazón y transportados al cerebro a
través de la sangre, se transformaban en la rete mirabile; plexo arterial que
identificaba la base del cerebro. Allí se producía el pneuma animal, que pasaba
a los ventrículos, a la médula y a los nervios motores y sensitivos.
Vemos pues que, a diferencia de Hipócrates, Galeno sí
relacionó la apoplejía con el cerebro y
lo hizo en su obra “De locis
affectis”.
Es muy importante el reconocimiento que Galeno hace de la
red vascular en la base del cerebro, a la que él acuña como la “rete mirabile”
del latín “red maravilosa, y el rol que este le asignaba a esta estructura en
la fisiología para explorar los orígenes de la concepción de la apoplejía como
una enfermedad vascular.
Durante la Edad Media y el Renacimiento poco se añadió a
la descripción y concepto de apoplejía, y las doctrinas de Galeno conformaron
la base de la medicina de estos periodos; si bien el médico árabe Avicena
(siglos X-XI E.C.) explica la apoplejía por la paralización de los espíritus
sensitivos y motores como causa próxima, siendo sus causas lejanas lesiones
diversas del cerebro, los obstáculos materiales a la circulación, y sobre todo
la obstrucción de los vasos (algo que ya nos resulta más familiar en nuestro
tiempo). Además y muy importante es que a partir del Renacimiento (siglo XV) la
disección en cadaveres humanos se hizo universal a todos los médicos de
occidente pues se logró que las prohibiciones religiosas sobre el tema
desaparecieran y se hiciera posible un avance extraordinario de la anatomía
patológica y de la medicina forense, y por tanto, también de la anatomía del
sistema nervioso y su fisiología.
Las ideas de Galeno reinaron en la ciencia hasta el último
tercio del siglo XVIII, en cuyo tiempo se considera ya como condición mecánica
del estado apopléjico la compresión del cerebro apreciada en su justo
valor por Bayle, F. Hoffmann, Pinel, Burdach, etc.
Polígono de Willis que muestra la anastomosis natural que permite la irrigación de los dos hemisferios cerebrales. |
El progreso de la
anatomía patológica fue demostrando como causas orgánicas de la
apoplejía, la hemorragia cerebral, evidenciada sobre todo por las investigaciones
de Morgagni, el derrame seroso, los abscesos cerebrales, las concreciones
poliposas de los vasos del cerebro y de las meninges, los tumores varicosos y
aneurismáticos, etc.
Hasta llegó a descubrirse una apoplejía que parecía
sobrevenir sin lesión cerebral previa, que Cortum (1685) fue el primero en
llamar apoplejía nerviosa.
Pero la neurología moderna
no sería lo que es si no pudiéramos observar sus efectos biológicos in vivo e
in situ sobre todo en ese gran órgano que es el cerebro. Todo eso se lo debemos
a la neuroradiología o neuroimagen que nos permite ver la estructura del
cerebro, la médula espinal y los nervios periféricos asi como sus diferentes
patologías y de esto es lo que tratará la próxima entrada del blog. Hasta
pronto.