La personalidad de Galileo le avocaba inexorablemente
a la búsqueda de la verdad. Tenía una mente muy inquieta e inquisitiva, pero un
carácter fortísimo y esto desde que era un joven estudiante universitario; al
grado que sus propios compañeros le apodaron “el discutidor” por su siempre
dispuesta disposición a la discusión. De modo que cuando exponía la verdad que
él creía no lo hacía de un modo elegante, sino de una forma arrogante y
despreciativa; no tenía el menor miramiento ni siquiera por sus profesores a
los que más de una vez dejó en ridículo en medio de las clases. No sabía tratar
a los que él consideraba indoctos, pues su prepotencia y habla mordaz los
humillaba y enemistaba a la vez. Y así fue toda su vida. Esto; sin que Galileo
se diera cuenta, condicionaría mucho la triste etapa final de su vida. Supongo
que al final meditaría en ello amargamente. Pero veamos cómo se llegó a aquella
situación.
Cuando en 1596, Kepler envió dos ejemplares de
su libro Mysterium
Cosmographicum (El misterio cósmico) a la Universidad de Padua, uno de ellos cayó
en manos de Galileo quien inmediatamente se puso en contacto con él. A pesar de
que el libro no iba dirigido a él especialmente, Galileo quiso agradecerle a
Kepler el privilegio de haberlo honrado con su obra. Entre las cosas que le
escribió, le dijo: “Soy muy afortunado de tener un hombre tal como compañero en
la búsqueda de la verdad y también
como amigo en la propia verdad. Porque es terrible que sean tan escasos los que
luchan por ella y sin filosofar de modo incorrecto.” He querido incluir esta
cita para recordar lo que ya expuse en la introducción a este blog; que la
búsqueda de la verdad debe ser la guía directriz del verdadero historiador y
científico. Claro, que esta búsqueda a veces es eclipsada por la búsqueda de la
propia gloria. A pesar de que fue Galileo quien escribió esas palabras, la
historia cuenta que él siempre trató de sacar ventaja de sus descubrimientos
para su propia honra y hacienda.
Mientras tanto, en la República de Venecia,
Galileo iba medrando como buen científico que era. Su obra podríamos
considerarla complementaria a la de Kepler. En mayo de 1609, a través de un
antiguo alumno suyo, Galileo se entera de la construcción de un telescopio por
el holandés Hans Lippershey. Enseguida, Galileo se pone a construir su propio telescopio de seis
aumentos, el doble que el del holandés y que además no deformaba las imágenes
de los objetos observados, como el otro. En agosto de ese año Galileo construye
su segundo telescopio de nueve aumentos y lo presenta al Senado de Venecia
dando a entender ser su inventor. Hace una demostración ante el Dux de Venecia
desde el Campanille de la Plaza de San Marcos mirando hacia la isla de Murano
–precisamente de donde conseguía el cristal para las lentes de sus telescopios-
que estaba a 2.5 kilómetros, asombrando a todos los observadores que veían la
isla casi al alcance de su mano. Taimadamente y mediante adulación al Dux, Galileo
ofrece y lega los derechos de su telescopio a la República de Venecia para
fines militares –el telescopio ofrecía una ventaja importante al divisar barcos
enemigos en alta mar antes que el propio enemigo-, con lo que consigue que el
Dux haga que su plaza de matemático en la Universidad de Padua pase a ser
vitalicia y le libere de sus dificultades financieras al doblarle el sueldo.
Pero en cierto sentido a este oportunismo le sale el tiro por la culata porque
esto no es lo que quiere Galileo; él esperaba que el Dux le ofreciese un puesto
a su servicio y lo librara, precisamente, de las obligaciones de la universidad.
Lo que quería Galileo era tener tiempo para sus investigaciones y cada minuto
que pasaba en las clases de la universidad era tiempo perdido para tal fin. Él,
que era un buen profesor que inspiraba en sus alumnos el amor por la ciencia, irónicamente,
no encontraba placer en la enseñanza; por lo menos en ese momento, que lo único
que le entusiasmaba era mirar incansablemente a los cielos con su nuevo
juguete, el telescopio.
Ese mismo otoño de 1609, el incansable Galileo
produjo otro telescopio de treinta aumentos y en ese momento, podríamos decir;
comenzó; no solo la verdadera astronomía moderna sino el propio método
científico; o sea, la ciencia moderna. Es obvio que Galileo no inventó el
telescopio pero fue el primero que realmente supo mirar con él. Cuando él dirigió
su nuevo telescopio hacia la Luna quedó maravillado, pues descubrió cráteres,
montañas y sombras, con lo que el mundo supralunar de Aristóteles, de esferas
perfectas se desmoronó. Y a principios de enero de 1610 Galileo hace otro
descubrimiento capital. Al observar Júpiter con su telescopio descubre sus
cuatro satélites con lo que otra de las creencias cosmológicas antiguas también
se viene abajo; la Tierra no es el único astro donde otros cuerpos celestiales
giran a su alrededor. Además, esta observación le hace intuir a Galileo que
Júpiter con sus cuatro satélites es un modelo en pequeño de nuestro sistema
solar con los planetas orbitando alrededor del Sol. Este descubrimiento
conmocionó tanto a Europa que, hasta el astrónomo del Colegio Romano, Cristobal
Clavio exclamó: “Todo el sistema de los cielos ha quedado destruido y debe
arreglarse”. Inclusive, gracias a este descubrimiento Galileo corrigió un
aspecto del modelo copernicano que afirmaba que todos los astros giran alrededor del Sol.
En agosto, Galileo descubre una forma
indirecta de observar la superficie solar y descubre sus “manchas”, otro golpe
más a la “inmaculada” concepción de esferas y astros impolutos de Aristóteles.
Además, demuestra por el movimiento de estas manchas que el Sol está en
rotación con lo que intuye junto con la evidencia de los satélites de Júpiter,
que la Tierra también puede estarlo. Y al mes siguiente descubre las fases de
Venus cuyo fenómeno es más fácil de explicar si se acepta la teoría
heliocéntrica de Copérnico.
Todos estos descubrimientos los publica
Galileo el 4 de marzo de 1610, bajo el tratado Sidereus Nuncius (Mensajero Sideral),
el primer trabajo científico basado en observaciones astronómicas con
telescopio. Galileo convencía a todo el mundo con sus nuevos descubrimientos lo
que hizo que se despertaran los celos de los aristotélicos que llegarían a ser
enemigos acérrimos de Galileo.
El 26 de marzo de 1611 es invitado por su
amigo, el cardenal Maffeo Barberini, quien llegaría a ser el futuro papa Urbano
VIII. Éste quiere que el Colegio pontifical de Roma evalúe los últimos
descubrimientos de Galileo. Mientras Galileo permanece un mes en Roma recibiendo
muchos honores, el 24 de abril el Colegio Romano de los jesuitas; la clase
docta de la Iglesia, confirmó al cardenal Belarmino que las observaciones de
Galileo eran exactas, aunque evitaron decantarse a favor o en contra sobre las
conclusiones de Galileo.
Al observar los aristotélicos que el Colegio
Romano respaldaba las observaciones astronómicas de Galileo, decidieron
entonces cambiar de estrategia en su encarnizada lucha contra él. Apelaron a
Galileo si reinterpretaría la Biblia para ponerla de acuerdo a sus teorías;
pues en aquel momento varios pasajes y textos bíblicos interpretados
literalmente parecían apoyar el sistema geocéntrico que la Iglesia sustentaba.
El cardenal Belarmino, a partir de junio de 1611, ordenó a la Inquisición que
investigara discretamente a Galileo y sus obras.
Desde aquel año, las escaramuzas dialécticas
entre Galileo y sus oponentes, tanto aristotélicos como teólogos fueron cada
vez a más. Algunos clérigos atacaron las teorías de Galileo desde el púlpito de
las iglesias, mientras que otros, como el carmelita Paolo Foscarini publicó una
carta tratando el sistema copernicano como una realidad física. La situación
estaba causando tal desunión que finalmente el cardenal Belarmino tomó cartas
en los asuntos; primero escribiendo a Foscarini condenando la teoría
heliocéntrica por falta de pruebas concluyentes contra al sistema geocéntrico y
advirtiendo de teoría herética la defensa del heliocentrismo de Copérnico.
Galileo reacciona y escribe en abril de 1615
una carta a Cristina de Lorena, la gran Duquesa Consorte de Toscana; quien
simpatizaba con Galileo; donde expone sus argumentos a favor del sistema
copernicano y de porqué los pasajes y textos de la Biblia que utilizaban los
geocentristas no se oponen a este sistema. Esta carta; muy difundida en aquel tiempo,
es una pieza fundamental para entender aquella controversia.
A pesar de todo Galileo es requerido por la
Inquisición a presentarse en Roma para defenderse de las acusaciones y tratar,
al mismo tiempo, de evitar la prohibición del sistema Copernicano. El 8 de
febrero de 1616 envía al cardenal Orsini su teoría sobre las Mareas; su
supuesta prueba de la rotación de la Tierra, pero ya es demasiado tarde; el
Santo Oficio ya había comenzado la instrucción del caso de Galileo.
El 16 de febrero se le convoca para el examen
de las proposiciones de censura y la teoría copernicana es declarada
formalmente herética. El 25 y 26 de febrero de 1616 la censura es ratificada
por la Inquisición y el Papa. La obra de Copérnico se prohíbe en todos los
países católicos y a Galileo se le interdicta a presentar su tésis como una
hipótesis y no un hecho comprobado.
Bien, hasta aquí la primera parte de Galileo
que concluye con el proceso de censura de 1616. En la segunda parte trataré
desde ese momento hasta el proceso de condena de 1633. ¿Qué podemos decir
entonces de este primer periodo? Bueno, se ha dicho que Galileo fue mejor
teólogo que científico y que los teólogos de la Iglesia, al contrario, fueron mejores
científicos que teólogos? ¿Por qué se ha dicho esto? Porque Galileo se adelantó
a la éxegesis o interpretación actual de la Biblia. En aquel tiempo, la
interpretación literal de algunos pasajes de las Escrituras impidió que la
Iglesia pudiera conjugar dichos relatos con los nuevos descubrimientos
científicos. Sin embargo, Galileo mismo dijo que “la Biblia nos enseña cómo se
va al cielo pero no cómo va el cielo” y en su carta a Cristina de Lorena reconoció
que la Biblia no contiene error, pero que los teólogos a veces sí pueden equivocarse
y que el lenguaje bíblico puede ser alegórico y no siempre literal. Ahora bien,
en aquel tiempo, tratar de dar lecciones de teología a los teólogos era muy
peligroso; sobre todo por los muchos enemigos que Galileo se había creado entre
la clase clerical.
Y en cuanto a que los teólogos se comportaran
como científicos; la carta que el cardenal Belarmino escribió al carmelita
Foscarini podría tomarse como un buen ejemplo de ello. Belarmino le dijo que no
veía mal que tanto él como Galileo hablaran del sistema Copernicano como una
hipótesis matemática si eso explicaba mejor los cálculos sobre las
“apariencias” de los movimientos astrales. Por contrario, proponer que el sol realmente
estaba en el centro del mundo y que la tierra se movía a su alrededor, como
concepto filosófico; estaba dispuesto a creerlo si “hubiese una verdadera
demostración” positiva de ello. Tengamos en cuenta que el cardenal Belarmino
estaba en contacto con los jesuitas matemáticos del Colegio Romano quienes eran
seguidores del sistema de Tycho Brahe, cuyo sistema astronómico era ópticamente
indistinguible del de Copérnico. Por esto, desde un criterio moderno, la
actitud de Belarmino de exigir una prueba positiva podríamos considerarla tan
científica como la de Galileo.
Tengamos en cuenta que todas las observaciones
que había hecho Galileo, aunque hacían intuir nuestra realidad cosmológica
actual; eran no obstante, pruebas fragmentadas; aun no determinantes y él sabía
esto. Por eso, cuando fue requerido por la Inquisición Roma, él apresuradamente
fue con su teoría de las mareas como prueba del movimiento de la Tierra. No
pudo defender esta prueba porque cuando llegó a Roma el proceso ya estaba en
curso; pero si lo haría en el proceso de 1633. No obstante, hoy sabemos que tal
teoría era errónea, mientras que la sostenida por el Colegio Romano era
acertada ya que admitía la influencia lunar en las mareas que había propuesto
Kepler.
Así que podríamos concluir que Galileo, quien
fue un gran científico y matemático y también un gran observador, no siempre
supo interpretar lo que observaba con su telescopio. Y también, aunque tuvo
grandes intuiciones sobre la realidad cosmológica actual, tampoco supo
demostrarlas o lo hizo de una manera falaz. Tuvo que pasar mucho tiempo aun
para que se demostrara el movimiento de la Tierra. Y por otra parte, entre los
hombres religiosos –recuérdese que Copérnico era monje- también había algunos
muy interesados en la Ciencia y algunos entre ellos, sí acertaron respecto a
hechos científicos concretos, aunque no acertaran en su propio oficio como
exegetas.
La intensa vida de Galileo cuadra
perfectamente con la verdad que declaró el autor inspirado de Eclesiastés
cuando escribió en 9:11: “Volví y vi bajo el sol, que los veloces no siempre ganan
la carrera, ni los valientes la batalla, ni aun los sabios el alimento; tampoco
los entendidos las riquezas, ni aun los que saben mucho el favor; porque el
tiempo incierto e inoportuno les sobreviene a todos”. Efectivamente, Galileo no siempre pudo tener todo lo que deseó. Él buscó
con avidez la gloria que le proporcionaban sus descubrimientos; pero la gloria
también llevaba aparejada una buena posición social adinerada, cosa que no
siempre tuvo y que cuando sí lo consiguió y llegó a considerársele un entendido,
le faltó lo principal, el favor; pero no el de cualquiera sino el que más
necesitaba para acabar su vida en una gloriosa paz; el favor de la autoridad
eclesiástica.
Empezamos esta entrada esbozando el fuerte carácter de Galileo al exponer
lo que él consideraba la verdad sin el más mínimo tacto. Creándose enemigos a
diestro y siniestro llegó hasta su primer proceso en 1616. ¿Qué pasaría
después? ¿Aprendería de la experiencia? ¿Controlaría su prepotencia y su
vanidad? Os espero para hablar de estos interrogantes en la siguiente entrada.