domingo, 8 de mayo de 2016

Desarrollo de la Cosmología; parte V, Galileo Galilei I

La personalidad de Galileo le avocaba inexorablemente a la búsqueda de la verdad. Tenía una mente muy inquieta e inquisitiva, pero un carácter fortísimo y esto desde que era un joven estudiante universitario; al grado que sus propios compañeros le apodaron “el discutidor” por su siempre dispuesta disposición a la discusión. De modo que cuando exponía la verdad que él creía no lo hacía de un modo elegante, sino de una forma arrogante y despreciativa; no tenía el menor miramiento ni siquiera por sus profesores a los que más de una vez dejó en ridículo en medio de las clases. No sabía tratar a los que él consideraba indoctos, pues su prepotencia y habla mordaz los humillaba y enemistaba a la vez. Y así fue toda su vida. Esto; sin que Galileo se diera cuenta, condicionaría mucho la triste etapa final de su vida. Supongo que al final meditaría en ello amargamente. Pero veamos cómo se llegó a aquella situación.   
Cuando en 1596, Kepler envió dos ejemplares de su libro Mysterium Cosmographicum (El misterio cósmico) a la Universidad de Padua, uno de ellos cayó en manos de Galileo quien inmediatamente se puso en contacto con él. A pesar de que el libro no iba dirigido a él especialmente, Galileo quiso agradecerle a Kepler el privilegio de haberlo honrado con su obra. Entre las cosas que le escribió, le dijo: “Soy muy afortunado de tener un hombre tal como compañero en la búsqueda de la verdad y también como amigo en la propia verdad. Porque es terrible que sean tan escasos los que luchan por ella y sin filosofar de modo incorrecto.” He querido incluir esta cita para recordar lo que ya expuse en la introducción a este blog; que la búsqueda de la verdad debe ser la guía directriz del verdadero historiador y científico. Claro, que esta búsqueda a veces es eclipsada por la búsqueda de la propia gloria. A pesar de que fue Galileo quien escribió esas palabras, la historia cuenta que él siempre trató de sacar ventaja de sus descubrimientos para su propia honra y hacienda. 
Mientras tanto, en la República de Venecia, Galileo iba medrando como buen científico que era. Su obra podríamos considerarla complementaria a la de Kepler. En mayo de 1609, a través de un antiguo alumno suyo, Galileo se entera de la construcción de un telescopio por el holandés Hans Lippershey. Enseguida, Galileo se pone a construir su propio telescopio de seis aumentos, el doble que el del holandés y que además no deformaba las imágenes de los objetos observados, como el otro. En agosto de ese año Galileo construye su segundo telescopio de nueve aumentos y lo presenta al Senado de Venecia dando a entender ser su inventor. Hace una demostración ante el Dux de Venecia desde el Campanille de la Plaza de San Marcos mirando hacia la isla de Murano –precisamente de donde conseguía el cristal para las lentes de sus telescopios- que estaba a 2.5 kilómetros, asombrando a todos los observadores que veían la isla casi al alcance de su mano. Taimadamente y mediante adulación al Dux, Galileo ofrece y lega los derechos de su telescopio a la República de Venecia para fines militares –el telescopio ofrecía una ventaja importante al divisar barcos enemigos en alta mar antes que el propio enemigo-, con lo que consigue que el Dux haga que su plaza de matemático en la Universidad de Padua pase a ser vitalicia y le libere de sus dificultades financieras al doblarle el sueldo. Pero en cierto sentido a este oportunismo le sale el tiro por la culata porque esto no es lo que quiere Galileo; él esperaba que el Dux le ofreciese un puesto a su servicio y lo librara, precisamente, de las obligaciones de la universidad. Lo que quería Galileo era tener tiempo para sus investigaciones y cada minuto que pasaba en las clases de la universidad era tiempo perdido para tal fin. Él, que era un buen profesor que inspiraba en sus alumnos el amor por la ciencia, irónicamente, no encontraba placer en la enseñanza; por lo menos en ese momento, que lo único que le entusiasmaba era mirar incansablemente a los cielos con su nuevo juguete, el telescopio.
Ese mismo otoño de 1609, el incansable Galileo produjo otro telescopio de treinta aumentos y en ese momento, podríamos decir; comenzó; no solo la verdadera astronomía moderna sino el propio método científico; o sea, la ciencia moderna. Es obvio que Galileo no inventó el telescopio pero fue el primero que realmente supo mirar con él. Cuando él dirigió su nuevo telescopio hacia la Luna quedó maravillado, pues descubrió cráteres, montañas y sombras, con lo que el mundo supralunar de Aristóteles, de esferas perfectas se desmoronó. Y a principios de enero de 1610 Galileo hace otro descubrimiento capital. Al observar Júpiter con su telescopio descubre sus cuatro satélites con lo que otra de las creencias cosmológicas antiguas también se viene abajo; la Tierra no es el único astro donde otros cuerpos celestiales giran a su alrededor. Además, esta observación le hace intuir a Galileo que Júpiter con sus cuatro satélites es un modelo en pequeño de nuestro sistema solar con los planetas orbitando alrededor del Sol. Este descubrimiento conmocionó tanto a Europa que, hasta el astrónomo del Colegio Romano, Cristobal Clavio exclamó: “Todo el sistema de los cielos ha quedado destruido y debe arreglarse”. Inclusive, gracias a este descubrimiento Galileo corrigió un aspecto del modelo copernicano que afirmaba que todos los astros giran alrededor del Sol.
En agosto, Galileo descubre una forma indirecta de observar la superficie solar y descubre sus “manchas”, otro golpe más a la “inmaculada” concepción de esferas y astros impolutos de Aristóteles. Además, demuestra por el movimiento de estas manchas que el Sol está en rotación con lo que intuye junto con la evidencia de los satélites de Júpiter, que la Tierra también puede estarlo. Y al mes siguiente descubre las fases de Venus cuyo fenómeno es más fácil de explicar si se acepta la teoría heliocéntrica de Copérnico.
Todos estos descubrimientos los publica Galileo el 4 de marzo de 1610, bajo el tratado Sidereus Nuncius (Mensajero Sideral), el primer trabajo científico basado en observaciones astronómicas con telescopio. Galileo convencía a todo el mundo con sus nuevos descubrimientos lo que hizo que se despertaran los celos de los aristotélicos que llegarían a ser enemigos acérrimos de Galileo.
El 26 de marzo de 1611 es invitado por su amigo, el cardenal Maffeo Barberini, quien llegaría a ser el futuro papa Urbano VIII. Éste quiere que el Colegio pontifical de Roma evalúe los últimos descubrimientos de Galileo. Mientras Galileo permanece un mes en Roma recibiendo muchos honores, el 24 de abril el Colegio Romano de los jesuitas; la clase docta de la Iglesia, confirmó al cardenal Belarmino que las observaciones de Galileo eran exactas, aunque evitaron decantarse a favor o en contra sobre las conclusiones de Galileo.
Al observar los aristotélicos que el Colegio Romano respaldaba las observaciones astronómicas de Galileo, decidieron entonces cambiar de estrategia en su encarnizada lucha contra él. Apelaron a Galileo si reinterpretaría la Biblia para ponerla de acuerdo a sus teorías; pues en aquel momento varios pasajes y textos bíblicos interpretados literalmente parecían apoyar el sistema geocéntrico que la Iglesia sustentaba. El cardenal Belarmino, a partir de junio de 1611, ordenó a la Inquisición que investigara discretamente a Galileo y sus obras.
Desde aquel año, las escaramuzas dialécticas entre Galileo y sus oponentes, tanto aristotélicos como teólogos fueron cada vez a más. Algunos clérigos atacaron las teorías de Galileo desde el púlpito de las iglesias, mientras que otros, como el carmelita Paolo Foscarini publicó una carta tratando el sistema copernicano como una realidad física. La situación estaba causando tal desunión que finalmente el cardenal Belarmino tomó cartas en los asuntos; primero escribiendo a Foscarini condenando la teoría heliocéntrica por falta de pruebas concluyentes contra al sistema geocéntrico y advirtiendo de teoría herética la defensa del heliocentrismo de Copérnico.
Galileo reacciona y escribe en abril de 1615 una carta a Cristina de Lorena, la gran Duquesa Consorte de Toscana; quien simpatizaba con Galileo; donde expone sus argumentos a favor del sistema copernicano y de porqué los pasajes y textos de la Biblia que utilizaban los geocentristas no se oponen a este sistema. Esta carta; muy difundida en aquel tiempo, es una pieza fundamental para entender aquella controversia.
A pesar de todo Galileo es requerido por la Inquisición a presentarse en Roma para defenderse de las acusaciones y tratar, al mismo tiempo, de evitar la prohibición del sistema Copernicano. El 8 de febrero de 1616 envía al cardenal Orsini su teoría sobre las Mareas; su supuesta prueba de la rotación de la Tierra, pero ya es demasiado tarde; el Santo Oficio ya había comenzado la instrucción del caso de Galileo.
El 16 de febrero se le convoca para el examen de las proposiciones de censura y la teoría copernicana es declarada formalmente herética. El 25 y 26 de febrero de 1616 la censura es ratificada por la Inquisición y el Papa. La obra de Copérnico se prohíbe en todos los países católicos y a Galileo se le interdicta a presentar su tésis como una hipótesis y no un hecho comprobado.
Bien, hasta aquí la primera parte de Galileo que concluye con el proceso de censura de 1616. En la segunda parte trataré desde ese momento hasta el proceso de condena de 1633. ¿Qué podemos decir entonces de este primer periodo? Bueno, se ha dicho que Galileo fue mejor teólogo que científico y que los teólogos de la Iglesia, al contrario, fueron mejores científicos que teólogos? ¿Por qué se ha dicho esto? Porque Galileo se adelantó a la éxegesis o interpretación actual de la Biblia. En aquel tiempo, la interpretación literal de algunos pasajes de las Escrituras impidió que la Iglesia pudiera conjugar dichos relatos con los nuevos descubrimientos científicos. Sin embargo, Galileo mismo dijo que “la Biblia nos enseña cómo se va al cielo pero no cómo va el cielo” y en su carta a Cristina de Lorena reconoció que la Biblia no contiene error, pero que los teólogos a veces sí pueden equivocarse y que el lenguaje bíblico puede ser alegórico y no siempre literal. Ahora bien, en aquel tiempo, tratar de dar lecciones de teología a los teólogos era muy peligroso; sobre todo por los muchos enemigos que Galileo se había creado entre la clase clerical.
Y en cuanto a que los teólogos se comportaran como científicos; la carta que el cardenal Belarmino escribió al carmelita Foscarini podría tomarse como un buen ejemplo de ello. Belarmino le dijo que no veía mal que tanto él como Galileo hablaran del sistema Copernicano como una hipótesis matemática si eso explicaba mejor los cálculos sobre las “apariencias” de los movimientos astrales. Por contrario, proponer que el sol realmente estaba en el centro del mundo y que la tierra se movía a su alrededor, como concepto filosófico; estaba dispuesto a creerlo si “hubiese una verdadera demostración” positiva de ello. Tengamos en cuenta que el cardenal Belarmino estaba en contacto con los jesuitas matemáticos del Colegio Romano quienes eran seguidores del sistema de Tycho Brahe, cuyo sistema astronómico era ópticamente indistinguible del de Copérnico. Por esto, desde un criterio moderno, la actitud de Belarmino de exigir una prueba positiva podríamos considerarla tan científica como la de Galileo.
Tengamos en cuenta que todas las observaciones que había hecho Galileo, aunque hacían intuir nuestra realidad cosmológica actual; eran no obstante, pruebas fragmentadas; aun no determinantes y él sabía esto. Por eso, cuando fue requerido por la Inquisición Roma, él apresuradamente fue con su teoría de las mareas como prueba del movimiento de la Tierra. No pudo defender esta prueba porque cuando llegó a Roma el proceso ya estaba en curso; pero si lo haría en el proceso de 1633. No obstante, hoy sabemos que tal teoría era errónea, mientras que la sostenida por el Colegio Romano era acertada ya que admitía la influencia lunar en las mareas que había propuesto Kepler.
Así que podríamos concluir que Galileo, quien fue un gran científico y matemático y también un gran observador, no siempre supo interpretar lo que observaba con su telescopio. Y también, aunque tuvo grandes intuiciones sobre la realidad cosmológica actual, tampoco supo demostrarlas o lo hizo de una manera falaz. Tuvo que pasar mucho tiempo aun para que se demostrara el movimiento de la Tierra. Y por otra parte, entre los hombres religiosos –recuérdese que Copérnico era monje- también había algunos muy interesados en la Ciencia y algunos entre ellos, sí acertaron respecto a hechos científicos concretos, aunque no acertaran en su propio oficio como exegetas.  
La intensa vida de Galileo cuadra perfectamente con la verdad que declaró el autor inspirado de Eclesiastés cuando escribió en 9:11: Volví y vi bajo el sol, que los veloces no siempre ganan la carrera, ni los valientes la batalla, ni aun los sabios el alimento; tampoco los entendidos las riquezas, ni aun los que saben mucho el favor; porque el tiempo incierto e inoportuno les sobreviene a todos”. Efectivamente, Galileo no siempre pudo tener todo lo que deseó. Él buscó con avidez la gloria que le proporcionaban sus descubrimientos; pero la gloria también llevaba aparejada una buena posición social adinerada, cosa que no siempre tuvo y que cuando sí lo consiguió y llegó a considerársele un entendido, le faltó lo principal, el favor; pero no el de cualquiera sino el que más necesitaba para acabar su vida en una gloriosa paz; el favor de la autoridad eclesiástica.
Empezamos esta entrada esbozando el fuerte carácter de Galileo al exponer lo que él consideraba la verdad sin el más mínimo tacto. Creándose enemigos a diestro y siniestro llegó hasta su primer proceso en 1616. ¿Qué pasaría después? ¿Aprendería de la experiencia? ¿Controlaría su prepotencia y su vanidad? Os espero para hablar de estos interrogantes en la siguiente entrada.

3 comentarios:

  1. Muy interesante pero algo largo, saludos

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  2. Gracias por tu observación, Sergio, aunque me parece difícil quitar algo.

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  3. ¡Muy interesante! Consigues adentrarnos en la historia de una manera amena y llevandonos a reflexiones muy interesantes.

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