El síndrome de Calor tóxico de la MTCH (en adelante
Medicina Tradicional China) supone toda una revolución dentro de la medicina
desde que, a principio de 2000, el Dr. y profesor Felix Irigoyen lo diera a
conocer a todos los terapeutas de las medicinas alternativas y a todos aquellos
médicos oficialistas que lo desearan. Esto es así, desde el momento que el Dr.
Irigoyen tendiera un puente entre las distintas técnicas médicas para que
hubiera una sola medicina. Ciertamente, el síndrome de Calor tóxico, operativo
y conocido milenariamente por los médicos chinos, adolecía de su traducción a
la fisiología que es común al organismo humano y que es enseñada en todas las
facultades de medicina del mundo, incluso en China. De modo que, el Dr.
Irigoyen, un día, hace ya tiempo, cogió su maleta y se presentó en China para
enseñar a los propios médicos chinos la traducción de sus propios conceptos a
la comprensión de la fisiología. Los conceptos de la MTCH, tales como Qi, Yin,
Yang, Estancamiento, Vacío, Calor, Plenitud, Viento, Jing, Wei, y muchos más
eran tratados por los médicos chinos, con explicaciones filosóficas y
misteriosas, que muchas veces eran difíciles de explicar hasta por los ellos
mismos. Pero la inquietud intelectual del Dr. Irigoyen vino a poner orden y
concierto a todo esto. Y todos aquellos que nos dedicamos a las terapias
naturales no podemos menos que agradecerle de corazón toda la investigación y
docencia a este gran hombre que nos ha dado una nueva visión para que sepamos
tratar certeramente a nuestros pacientes.
Pero, en primer lugar, ¿qué es el Calor tóxico y por qué
supone éste toda una revolución en la medicina? Calor tóxico podemos definirlo
sencillamente como Hipersensibilidad inmunitaria y, el concepto es
revolucionario porque supone un cambio en el paradigma de la inmunidad.
Generalmente, tendemos a asociar el estado óptimo de la inmunidad con “defensas
altas” y a la inmunidad deprimida con “defensas bajas”. Esto, que parece lógico
a primera vista, no es así siempre. Por ejemplo, una fiebre alta la asociamos a
un buen funcionamiento de nuestra inmunidad. Sin embargo, si la fiebre pasa a
ser muy alta, entonces nos ponemos en estado de alarma por la simple razón de
que una fiebre muy alta puede matar a una persona. ¿Decimos entonces que una
inmunidad óptima ha matado a una persona? Ciertamente que no. Cuando algo, que
supuestamente nos tiene que defender nos mata significa que algo no ha
funcionado bien. Una fiebre muy alta es semejante a una batalla donde se
destroza al enemigo pero al mismo tiempo se arruína el campo de batalla por la
intensidad desmesurada de los proyectiles que se han utilizado y se hace
inservible incluso para los ganadores. Por lo tanto, podemos resumir diciendo
que la Hipersensibilidad inmunitaria, es un estado de defensas muy alto, que
puede arruinar nuestra salud y lo veremos después, al repasar la sintomatología
durante las grandes epidemias de la historia.
Bien, ¿qué es la Hipersensibilidad inmunitaria traducida a
la fisiología humana? La hipersensibilidad inmunitaria es una hipersensibilidad
a las toxinas. Normalmente, hay un equilibrio perfecto entre las defensas
inmunológicas del cuerpo humano y los microorganismos en su piel y mucosas,
además de los que llegan al sistema respiratorio a través del aire. Lógicamente, y por definición,
cuando hablamos de hipersensibilidad a las toxinas es porque debe haberse
producido un desequilibrio en la relación de nuestra inmunidad natural hacia
estos microorganismos y/o sus toxinas.
Este desequilibrio se expresa al repasar el síndrome de
Calor tóxico según la MTCH que consiste en: fáciles y frecuentes fiebres
elevadas, repetidos procesos inflamatorios como anginas y faringitis,
gastroenteritis, colecistitis, infecciones agudas, colitis infecciosa,
conjuntivitis, repetidas erupciones cutáneas etc. Y, en definitiva, calor
interno, hipertermia y mucha sed. Y, por supuesto, también por la alta
frecuencia en su aparición. Podemos discernir este síndrome cuando observamos a
muchos niños conocidos que parece que siempre están acatarrados y con cuadros
febriles, en contraste con otros niños que también padecen cuadros similares
pero con un contraste marcado por sus síntomas más atenuados. Por lo tanto, el
síndrome de Calor tóxico esta definido por el exuberante y marcado carácter
exagerado de su cuadro clínico.
Hasta los dos años de edad, el sistema inmune del bebé no
se ha desarrollado completamente, por lo que es preciso la ayuda de su madre
para su protección. De modo que, a través de la placenta durante la vida
intrauterina y a través de la lactancia, después del nacimiento, el niño hereda
un sistema inmune imnato o adquirido. Las últimas investigaciones, en este
sentido, apuntan a que una infección en la madre, incluso antes del embarazo,
puede aportar inmunidad celular de por vida a su bebé concebido. El doctor William Horsnell, del
Instituto de Microbiología e Infección de la Universidad de Birmingham, la
Universidad de Orleans en Francia y la Universidad de Ciudad del Cabo en
Sudáfrica, apunta: "La transferencia inmune de madre a hijo a través de la
lactancia materna es una fuente
muy importante de protección contra infecciones tempranas.” Otro de los investigadores, Adam Cunningham, profesor de Inmunidad
Funcional en la Universidad de Birmingham,
indica que la exposición de la madre a una infección puede “alterar
permanentemente la inmunidad de la descendencia”, mas allá de los seis meses de
protección que actualmente se aceptaban para la lactancia materna. La razón
estriba en que la madre no solo transfiere anticuerpos o inmunoglobulinas a su
hijo, cosa que ya sabíamos, sino que también transfiere células de protección
inmune, especialmente linfocitos T con memoria de antígenos, para que el niño
obtenga inmunidad de por vida de las infecciones a las que su madre ha estado
expuesta.
El doctor William Horsnell
explicó que, "esta es la primera demostración
de que una infección antes del
embarazo puede transferir la inmunidad celular de por vida a
los bebés. El trabajo muestra que la exposición a una infección antes del
embarazo puede llevar a una madre a transferir los beneficios inmunitarios a
largo plazo a su descendencia. Esto es extraordinario y agrega una nueva
dimensión a nuestra comprensión de cómo una madre puede influir en nuestra
salud".
La cuestión
entonces es: ¿transfiere la madre a su hijo, su peculiar y personal forma de
enfrentarse a las infecciones? Quiero decir: Si una madre tiene por
peculiaridad natural enfrentarse con Calor tóxico a una infección, ¿transferirá
también esa naturaleza a su hijo? Esta es una cuestión apasionante, en virtud
de que, lógicamente, lo que una madre transfiere a su hijo es su propia
inmunidad. El niño no ha tenido tiempo de desarrollarla por sí mismo. Al mismo
tiempo, esta idea puede explicar bien lo que ha ocurrido en las grandes
epidemias de la historia donde, por cierto, ha habido mucho Calor tóxico. Parece lógico pensar que es posible que la genética
juegue un papel importante en trasmitir esta forma peculiar de enfrentarse a
las infecciones.
Cuando yo
pensé por primera vez en la gran mortalidad que producían las grandes pandemias
mundiales y por qué se producían, me vino a la mente la Gripe española de
1918-1920, considerada la más devastadora de la historia humana, por su
inusitada gravedad, por cuanto afectó a un tercio de la población mundial (500
millones) y murieron tan solo en los primeros seis meses 25 millones de
personas (de 50 a 100 millones cuando terminó). Recuerdo que la primera idea que me vino al pensamiento fue que la
humanidad había quedado deprimida y desesperanzada tras la terrible Guerra
Mundial que había sufrido (1914-1918). Curiosamente, esta misma idea aparece en
el artículo “Breve historia de la inmunología.” en http://www.unidiversidad.com.ar, donde hablando
de la Peste de Atenas en 430 a. E. C. se describe “la relación
entre el sistema inmune y el estado afectivo del paciente, decayendo "las
defensas del hombre" cuando se apoderaba de éste la desesperanza.” Esta
seductora idea, sin embargo, pasó de largo, al investigar los datos que sobre
la Gripe española seguí descubriendo, donde la mayor morbilidad y mortalidad se
produjo en jóvenes y adultos saludables entre 20-40 años, mas que en los niños
y ancianos. ¿Cómo es posible esto? ¿Acaso no son los grupos de niños y ancianos
los grupos de riesgo que tienen las defensas más bajas? Eso es lo que parece,
pero también parece que no son las defensas bajas la respuesta a una gran
morbilidad y mortalidad. Sin embargo, la hipersensibilidad del Calor tóxico
bien pudiera ser la respuesta, sobre todo, al considerar que uno de los
síntomas más importante en la Gripe Española fue la fiebre elevada y en las
posteriores investigaciones se concluyó que una “tormenta de citocinas (más de
150 mediadores en la respuesta inflamatoria)” fue la causa de que el virus
fuera tan destructor. Una de las conclusiones de la investigación sobre la Gripe Española fue que el virus mató a causa de una tormenta de citocinas, lo que explica su naturaleza extremadamente grave y el perfil poco común de edad de las víctimas.Además de la pandemia de la Gripe española unos estudios
preliminares realizados en Hong Kong indicaron que ésta fue, probablemente, la
principal causa de mortalidad durante la epidemia del SARS (Síndrome respiratorio
agudo grave) de 2003. Y también, las muertes humanas por causa de la gripe
aviar H5N1 y las muertes en México durante la Pandemia de 2009 (Gripe A),
conllevaron este padecimiento. De hecho, la tormenta de citocinas se
considera “una expresión sistémica de un sistema inmunitario vigoroso y
sano”, pero como su nombre indica, en ciertas situaciones, la reacción
(tormenta) se hace incontrolable y peligrosa hacia la extrema gravedad. Por
eso, no nos debe extrañar que Wikipedia defina a esta tormenta de citocinas
como una respuesta exagerada del sistema
inmunitario y que el artículo
“Tormenta de citoquina y la pandemia de influenza” por Angela P. Jonson
(Consorcio del Noroeste de Ohio para la Salud Pública) reconozca que la
tormenta de citocinas es “una respuesta inmune inapropiada (exagerada).”
Y que “La tormenta de citoquinas debe tratarse y suprimirse, de
lo contrario puede producir letalidad.” No es extraño, por lo tanto que, la
MTCH haya consensuado una fórmula fitoterápica milenaria cuya acción es
equilibrar la respuesta inmunitaria y enfriar el Calor tóxico y el calor de la
sangre.
Un
breve repaso de la sintomatología de algunas de las epidemias más graves en la
historia es reveladora del síndrome de Calor tóxico.
Una de las epidemias más
devastadoras de la antigüedad fue la Peste de Atenas de 428 a. E.C. Tucídides,
en su obra “La guerra de Peloponeso describe: “En general, el individuo ... se veía súbitamente presa de
los siguientes síntomas: sentía en primer lugar violento dolor de cabeza; los
ojos se volvían rojos e inflamados; la lengua y la faringe asumían aspecto
sanguinolento; la respiración se tornaba irregular y el aliento fétido. Se
seguían espiros y ronquidos. Poco después el dolor se localizaba en el pecho,
acompañándose de tos violenta; cuando atacaba al estomago, provocaba náuseas y
vómitos con regurgitación de bilis (...) La mayor parte moria al cabo de 7 a 9
días consumidos por el fuego interior. (...) Y si alguno conseguía superar este periodo y aun le quedaban fuerzas, la
diarrea que se imponía a continuación acababan con cualquier esperanza y el
enfermo moría sin remisión. Ello significa que aunque la temperatura en la piel no fuera notablemente alta; sin embargo la fiebre interior era tan sentida por el enfermo que no soportaba el taparse; incluso desnudarse era lo deseable. Algunos hasta se arrojaban al agua para lograr algo de alivio. Los pájaros y los
animales carnívoros no tocaban los cadáveres a pesar de la infinidad de ellos
que permanecían insepultos. Si alguno los tocaba caía muerto".
Soldados atenienses aniquilados por la Peste del Peloponeso |
La Peste de Siracusa en 396 a.
E.C. se manifestó inicialmente con
síntomas respiratorios, fiebre, tumefacción del cuello y dolores costales.
Seguidamente aparecían disenteria y erupciónes pustulosas en toda la superficie
del cuerpo. Los soldados morían entre el cuarto y sexto día, con ataques de
delirio y sufrimientos atroces.
Galeno, el famoso médico griego del
siglo II, considerado uno de los más completos investigadores de la Edad
Antigua durante el Imperio Romano, describió los síntomas de la Peste Antonina
de 166 E.C. de esta manera: "ardor inflamatorio en los ojos;
enrojecimiento ... de la cavidad bucal y de la lengua; aversión a los
alimentos; sed inextinguible; temperatura exterior normal, contrastando con la
sensación de abrasamento interior; piel enrojecida y húmeda; tos
violenta y ronca; signos de flegmasia (edema y dolor severo) laringobronquial;
fetidez del aliento; erupciones y fístulas, diarrea, agotamiento físico;
gangrenas parciales y separación espontánea de órganos; perturbaciones de las
faculdades intelectuales; delirio tranquilo o furioso y muerte entre el séptimo
y noveno día".
La Peste de Cipriano en 251 E.C.
descrita por Cipriano, obispo de Cartago "se iniciaba por un fuerte dolor
de vientre que agotaba las fuerzas. Los enfermos se quejaban de un insoportable
calor interno. Luego se declaraba angina dolorosa; vómitos se acompañaban
de dolores en las entrañas; los ojos inyectados de sangre. (...). Unos perdían
la audición, y otros la vista.”
La Peste Justiniana en 542 E.C.
comenzaba por una súbita fiebre no de gran intensidad y a los pocos días
aparecían unas hinchazones bubónicas en las axilas, detrás de las orejas y en
los muslos. Luego unos quedaban sumidos en un coma profundo o en un estado
delirante. Sufrían inapetencia y a veces en medio de un violento frenesí, se
lanzaban al agua. Algunos morían rápidamente, otros a los pocos días, con
pústulas negras que se abrían en los lugares donde tenían las bubas. Algunos
vomitaban sangre y algunos se salvaban, sobre todo aquéllos que supuraban por
las bubas. Morían de 5.000 a 10.000 personas cada día.
Podríamos seguir investigando entre
las muchas pandemias que sufrió la humanidad durante su historia, pero, para
muestra, las que acabamos de presentar, sin duda, describen un cuadro apropiado
de los síntomas que hemos descrito al definir el Síndrome de Calor tóxico.
Entender bien este síndrome supone tratar una forma alternativa de enfrentarse
a las epidemias que asolan a la humanidad.
Bibliografía:
El otro Paradigma. Puente
entre técnicas médicas. Lección 1. Félix Irigoyen / Antonio Grau
Editorial Mediterránia
(2004)