lunes, 27 de abril de 2020

La estratagema de Jacob con las varas rayadas como método de cría selectiva a la luz de la Ciencia actual.


            Cuando leen Génesis 30:31-42 y 31:6-13, algunas personas aducen que se trataba de una práctica pagana supersticiosa y anticientífica. Añaden encima, que fue refrendada por un ángel de Dios. Pero, puesto que sería francamente imposible que Dios apoyara una práctica pagana o una superstición, debe haber una buena razón para que se haya dejado este relato como parte del registro bíblico “inspirado por Dios” (2 Timoteo 3:16). Por eso, otros lectores del relato, menos críticos, reconocen simplemente, que se trata de un problema genético de difícil interpretación científica.
Por ejemplo, si se trataba de un concepto erróneo por parte de Jacob y sus contemporáneos esto no sería ninguna afrenta a Dios puesto que esto entraba dentro de su propósito, ya que siglos después, el sabio rey Salomón escribió lo siguiente: He visto la ocupación que Dios ha dado a los hijos de la humanidad en qué ocuparse. Todo lo ha hecho bello a su tiempo. Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de ellos, para que la humanidad nunca descubra la obra que el Dios [verdadero] ha hecho desde el comienzo hasta el fin.” (Eclesiastés 3:10, 11) De modo que, como parte de la ocupación que Dios ha dado al hombre está la de “descubrir” su obra; o dicho de otro modo: adquirir conocimiento (o ciencia) de la Creación que nos rodea. Como la creación es una obra colosal, no debe extrañarnos que como dice Salomón, el hombre “nunca descubra” la obra de Dios, pues, como ha demostrado el camino de la Ciencia; éste ha sido tan ingente como la obra que pretende descubrir. Por lo tanto, está claro que a Dios no le disgusta que el hombre sea científico; todo lo contrario; a él le agrada que el hombre se acerque a su creación con reverencia y respeto. Pero Dios se ríe de los científicos pretenciosos que juegan a ser Dios, pues él sabe, mejor que ellos, que está a años luz de ventaja sobre todo el caudal de información que la Ciencia ha acumulado.
            Esta manera de ver el asunto está en consonancia con lo que el gran científico Albert Einstein dijo en una ocasión: "No soy ateo y no pienso que pueda decir que soy panteísta. El problema en cuestión es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas.
¿No puedo responder con una parábola?
La mente humana, no importa cuán altamente capacitada esté, no puede comprender el universo. Estamos en la posición de un niño pequeño, entrando en una enorme biblioteca cuyas paredes están cubiertas hasta el techo de libros en muchos idiomas diferentes.
El niño sabe que alguien debió haber escrito esos libros. No sabe quién ni cómo. No entiende los idiomas en los que están escritos. El niño observa un plan definido en la organización de los libros, un orden misterioso, el cual, no se comprende; un orden misterioso que no entiende pero apenas sospecha sutilmente.
Esa, me parece, es la actitud de la mente humana, incluso de la más grande y la más culta, hacia Dios. Vemos un universo maravillosamente organizado, obedeciendo ciertas leyes, pero solo entendemos las leyes vagamente. Nuestras mentes limitadas no pueden escrutar la fuerza misteriosa que balancea las constelaciones"
            Podemos, por lo tanto, decir con honestidad que Dios admite la ignorancia del hombre en cualquier tiempo y lugar y jamás lo castiga por pretender adquirir entendimiento de los fenómenos a su alrededor. Solo tenemos que leer Génesis 1:14-19 para darnos cuenta que, desde el mismo principio Dios quería que el hombre aprendiera de su Creación. Cuando Dios hizo posible que las lumbreras Sol y Luna se vieran durante el cuarto día creativo, no solo lo hizo para “iluminar la tierra” (vers. 15); también lo hizo para que el humano observador y científico diera un uso práctico de su investigación, puesto que: “servirán de señal para marcar las estaciones, los días y los años.” (vers. 14) No sin razón, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas han fascinado a todos los sabios de todas las épocas que, a pesar de ensayo y error, han ido construyendo poco a poco la Cosmología, como piedra angular de la Ciencia actual.
            Por lo tanto, no podemos pensar que Dios desaprobara las prácticas de selección artificial o cría selectiva que utilizaban Jacob y sus contemporáneos para mejorar sus rebaños. Aunque hoy no sepamos como se originó aquella creencia antigua, no tenemos por qué denigrarla como superstición. Puesto que la superstición se define, no solo como algo irracional, lo cual es bastante subjetivo, sino también con algo a lo que se atribuye un carácter sobrenatural, sagrado u oculto; si el experimento de Jacob hubiera estado relacionado con estas cosas, entonces Dios sí lo hubiera protegido de ello.
            La cuestión entonces es: ¿fue anticientífica la practica que utilizó Jacob para producir rebaños selectivos?
            Es interesante que Jacob no estaba diseñando un experimento basado en el método científico. Es obvio que no, porque ni Jacob era científico ni había hipótesis en el experimento, puesto que esta se define como un enunciado no verificado, mientras que lo que Jacob quería hacer era algo probado empíricamente y por lo visto, común entre sus contemporáneos. Seguramente, Jacob conocía la creencia popular entre los pastores que aseguraban que la naturaleza de las crías depende, en parte, de las influencias externas que rodean a la madre en el momento de la concepción. Repasemos sistemáticamente el relato. Los versículos 31-33 del capítulo 30 de Génesis esbozan el plan de Jacob. Él motivo del plan, no era otro que, asegurarse un salario justo por parte de su suegro Labán y, no obstante, aunque justo, no ambicioso.  

Jacob pone varas al ganado de Labán, de Murillo. Siglo XVII.
Museo Meadows / U Souther Metho. Dallas-Texas.


Precisamente, esto es así por cuanto Labán exclamo: “¡Muy bien! Que así sea” (Gén. 30:34) La razón de la alegría de Labán era debida a la ganancia que él conseguiría mediante este trato. A Labán, que era un tramposo empedernido y nunca le gustaba perder, le brillaron los ojos cuando oyó la propuesta de su yerno. Él sabía muy bien que las ovejas blancas y las cabras negras eran las que más se reproducían entre los rebaños y seguramente pensó para sí que su yerno era un ingenuo perdedor que lo iba a enriquecer a él más de lo que ya lo había hecho. Efectivamente, aun hoy, se sabe que las ovejas blancas y las cabras negras o marrones del Cercano Oriente son las más numerosas. La razón, obviamente, se debe a que estas tienen el gen dominante mientras que los ejemplares moteados y con grandes manchas en ambas especies tienen el gen recesivo. Los estudios genéticos indican que la expresión de los genes recesivos se produce aproximadamente en el 25% de la herencia. De esta manera, Jacob, aun eligiendo la producción menor de ejemplares “no puros”, como del 25%, por lo menos se aseguraba un salario estable, aunque más modesto que el de su suegro Labán. Teniendo en cuenta que los antiguos contratos de pastoreo que se realizaban en estas regiones del Medio y Cercano Oriente, estipulaban una porción de entre el 10-12% del rebaño, junto con un porcentaje de la lana, y de los derivados de la leche, no estuvo nada mal el negocio. La actuación de Jacob, por lo visto, obedeció a la codicia de Labán quien le había cambiado su salario; devaluándolo obviamente, hasta en diez ocasiones (Génesis 31:41)
            A continuación, según Génesis 30:34-36, Labán, que era bastante desconfiado, separó los rebaños moteados y con manchas y los puso bajo custodia de sus hijos para que no se mezclaran con los que quedaron bajo el cuidado de Jacob. Aun, a costa de hacerlo por una razón egoísta, Labán, sin saberlo, estaba cuidando que la reproducción del experimento se estuviera haciendo correctamente, al impedir que se “contaminaran” las variables del experimento (los distintos rebaños). Por lo tanto, ello significa que dejó a Jacob solo con los rebaños de animales normales; o sea, las ovejas blancas sin manchas y las cabras negras, también sin manchas. Labán tenía claro que las probabilidades estaban a su favor y sacaría más ganancia que su yerno.
            Pero, por lo visto, Jacob no pensaba igual que su suegro. Eso es lo que se desprende al leer Génesis 30:37, 38 donde Jacob puso en marcha una especie de experimento eugenésico para lograr producir animales rayados y moteados de progenitores “puros” sin motas ni rayas. Él pensó que podía influir en la descendencia haciendo que los progenitores miraran las ramas o varas rayadas sobre un fondo monocromático, mientras se apareaban; aunque, no parece que nadie se extrañara de lo que hizo Jacob, como si aquello fuera algo nuevo. Posiblemente también era algo conocido por los ganaderos de aquella época que se dedicaran a la cría selectiva.
            De Génesis 30:39-42 se desprende también el cuidado que Jacob puso en la segregación de los diferentes tipos de rebaño para lograr su objetivo. Al mismo tiempo vemos otra variación del potencial de la cría selectiva que, por cierto, nos resulta más familiar y más coherente para nuestras mentes contemporáneas, que es la de utilizar los sementales más fuertes para producir crías más fuertes, a lo que Jacob, por supuesto, añadió la técnica que estamos analizando, la de mirar las varas rayadas. Puesto que Jacob estaba utilizando los animales “puros” de Labán, sin motas ni rayas, es evidente que también quería conseguir animales moteados y rayados de los animales de Labán; crías que pasarían a ser suyas por el acuerdo entre ellos. Si esto era posible, ello significaba el aumento de los rebaños de Jacob en detrimento de los de Labán.
            También vale la pena repasar algunos detalles del proceso técnico que utilizaba Jacob que parecen algo confusos. Génesis 30:41 indica que  “siempre que los animales más fuertes se ponían en celo, Jacob colocaba las ramas para que los rebaños las vieran y se pusieran en celo junto a ellas.”  En este texto observamos que se mencionan dos celos diferentes; uno espontáneo, anterior a la puesta de las varas y, otro condicionado, frente a ellas, una vez puestas. Este texto comparado con Génesis 30:38 indica que las varas servían para poner en celo a los carneros, pero, por otra parte, algunos carneros fuertes se ponían en celo de manera espontánea o natural, pues hoy sabemos que también obedecen a factores neuroendocrinos y ambientales en su comportamiento sexual. Por lo tanto, lo que Jacob hacía era potenciar este celo espontáneo exponiéndolos a las varas rayadas; se supone que, para consolidar el celo y propiciar el apareamiento, además de, por supuesto, del efecto condicionante de las varas para producir crías moteadas y rayadas.
            Génesis 30:43 indica que el proyecto tuvo éxito y, Génesis 31:1-5 da cuenta de cómo los hijos de Jacob también se dieron cuenta de ello; y hasta el mismo Labán, que cambió su actitud hacia él, al darse cuenta que su propio plan había fallado y Jacob se había enriquecido.
            Después de haber analizado con meticulosidad nuestro relato bíblico, está claro que, no siempre se puede poner en tela de juicio la sabiduría de los antepasados, si no; por ejemplo, por qué estaríamos especulando en la actualidad en cuanto a cómo se construyeron las pirámides de Egipto. Aun aceptando las varias hipótesis actuales sobre el tema, lo cierto y contundente es que ahí están , imponentes, después de más de 4500 años. De igual modo, cabe citar aquí, para el tema que estamos tratando, al célebre Dr. Louis Pasteur, quien afirmó en una ocasión que, "un poco de ciencia nos aparta de Dios. Y mucha, nos aproxima a Él".  Así que vamos a ver si la Ciencia, en continuo crecimiento, tiene algo que decir sobre la cría selectiva de Jacob y sus contemporáneos; no sea que , algunos que se consideran científicos no lo sean tanto como creen.
            En un artículo del Dr. en Genética, Daniel Cohen, sobre el relato bíblico que estamos analizando, la primera observación que él hizo es que las ovejas que se quedó Jacob eran homocigotas (que tienen en cada célula dos genes homólogos idénticos que solo pueden expresar una característica heredable dominante; en nuestro caso concreto, la piel lisa o no manchada). En nuestro ejemplo, queremos decir que, papá cordero pasó a su cría un cromosoma con genes o información genética idéntico al cromosoma que pasó a la cría mamá oveja. En cada uno de esos dos cromosomas idénticos había dos lugares, llamados “locus”, con dos variables llamados “alelos”; uno (el dominante) para codificar o crear piel lisa monocromática y otro (el recesivo) para piel moteada o rayada. Y esto para cada uno de los progenitores. Por deducción, el dr. Cohén clasificó como homocigotas a las ovejas de Jacob porque todas eran uniformemente iguales o blancas, lo cual quería decir que el alelo o gen dominante tanto en el cordero progenitor como en la oveja progenitora era el que producía piel uniforme monocromática, o blanca en las ovejas. En las cabras igual pero a la inversa.
            No obstante, el dr. Cohen se preguntó: ¿Cómo es posible transmitir a la descendencia un rasgo cuyo gen está ausente en los padres? Él pensaba que el estimulo visual por si sólo, no podía generar un gen en el ADN de los progenitores! Le causó una gran satisfacción encontrar la explicación científica que avala la observación del método empleado por Jacob, en un artículo publicado en la revista Nature, tiempo atrás. El artículo mostró que ratones progenitores homocigotos con cola manchada tuvieron en la descendencia ratones con cola blanca. De igual manera, al hacer la prueba inversa – homocigotos de cola blanca, tuvieron descendencia con colas manchadas.
            El fenómeno descrito se conoce como “paramutación” Otro comentario del articulo decía que, los rasgos heredables pueden estar guardados en una memoria ajena al ADN. El mecanismo de paramutación se realiza a través del RNA, sin la participación del ADN. Es decir, “un estímulo” genera la síntesis del RNA, y este se acumula en todas las células, y en consecuencia se trasmite a la descendencia. En la experiencia publicada, se obtuvieron grandes cantidades de RNA de colas blancas en el sémen de los ratones.
            Posteriormente aislaron el semen y al inyectarlo en los ovocitos, obtuvieron crias con colas blancas, a pesar de provenir de progenitores sin genes de cola blanca en su ADN (ya que eran homocigotas).
Por otro lado, trató de buscar información acerca de la capacidad del estímulo visual, como generador de respuestas genéticas, al igual que las varas que uso Jacob para inducir a las ovejas a tener crias moteadas.
Siguiendo la linea de pensamiento del hallazgo científico descrito (que es posible transmitir rasgos en ausencia de un gen en los progenitores, a través del RNA generado por un estímulo) se dio cuenta que no era descabellado suponer que las varas de Jacob tuvieron el efecto de generar RNA, que hiciera que “aparececieran” genes nuevos.
Pudo encontrar que los estímulos visuales no sólo generaban una respuesta química, transitoria y reversible una vez desaparecido el estímulo, sino que “despertaban genes” generados por RNA. Aprendió sobre esto, al repasar los trabajos de los premios Nobel David Hubel y Torsten Wiesel que demostraron que los estímulos visuales generan respuestas plásticas en el cerebro; o sea, que moldean el cerebro.
Quizá hayamos oído alguna vez que las imágenes que “vemos” a través de nuestros ojos y se gravan en nuestra retina se componen de miles de puntos de luz registrados por miles de neuronas que conforman la imagen como si fueran los píxeles de la pantalla de un ordenador que, a fuerza de organizarse, se juntan como las piezas de un puzle creando la imagen general. En esta teoría, la imagen sería el conjunto de la función unificada de miles o millones de neuronas. Sin embargo, las investigaciones de Hubel y Wiesel encontraron que, no es el conjunto, sino la neurona individual la que se activa por su propio estímulo. De esta manera, las neuronas individualmente pueden responder a un solo componente del campo visual como, un borde y su contraste, un movimiento y su dirección, una orientación, un color, figuras geométricas, etc. Según esto, los animales de los rebaños de Jacob pudieron ver las varas y los contrastes de color de las ramas descortezadas que dejaban al descubierto su “madera blanca” (Génesis 30:37) De igual manera podían distinguir los rebaños rayados así como los manchados o moteados.
¿Podría esto, por sí mismo, producir una experiencia sexual que incitara al celo y el apareamiento? Bueno, los experimentos de Hubel y Wiesel determinaron incluso el rango de edad en que la corteza visual se desarrolla por una experiencia visual, además de su programa genético. Uno de sus experimentos clásicos fue tapar los ojos de monos y gatos recién nacidos durante su primera semana de vida. Aunque al final del experimento los ojos no había recibido ningún daño, sí se observó  anormalidades en sus cerebros en comparación con los animales cuyos ojos no habían sido tapados. Estos experimentos ayudaron a los oftalmólogos a ver cómo las influencias tempranas en los cerebros tiernos de los niños , no admiten demora a la hora de tratar precozmente las alteraciones visuales de los niños, como el estrabismo o las cataratas congénitas que pueden conducir a la ceguera. Por eso, ahora operan antes, a una edad más temprana para prevenir tales problemas.
Podríamos decir entonces para concluir que, lo que hasta aquí hemos considerado, nos permite ver evidencias que apuntan a la posibilidad cierta del resultado del experimento de Jacob. Aun así, aunque otros biblistas apuntan al hecho que, del mismo modo que las mandrágoras de Raquel no fueron las que propiciaron su embarazo sino la bendición de Dios sobre ella (Génesis 30:14, 15, 22-24), del mismo modo, no fue el experimento de Jacob, sino la bendición de Dios, lo que produjo  una explosión de crías moteadas y rayadas. Aunque, este razonamiento es correcto en si mismo, también deberíamos admitir entonces, que Jacob no tendría que haber hecho nada, sino simplemente pedir la bendición de Dios para que su acuerdo con Labán diera sus frutos. Pero, el hecho de que utilizara aquellas técnicas de cría selectiva debe indicar que algún efecto tendrían también aparte de la bendición de Dios. En la Biblia, generalmente, la bendición de Dios va acompañada de las acciones del que ha pedido su bendición; o dicho de otro modo, la bendición de Dios potencia el efecto de las acciones de sus siervos en la decisión o dirección que ellos se muevan.
Pero, aún otros biblistas, indican otra explicación al enigma del relato que estamos considerando. Piensan que los rebaños de piel lisa, blanca o negra, no eran en realidad homocigotos o de raza pura, sino híbridos  que,  aunque mostraban su gen dominante (piel blanca o negra); también llevaban en sus cromosomas, por anteriores progenitores, el gen recesivo (piel rayada o moteada); que pudiera expresarse en ulteriores generaciones del rebaño. Sería un caso de herencia autosómica recesiva admisible según las leyes de Mendel. Pero de nuevo tenemos que decir que ello está bien aunque, siempre aunado al experimento de Jacob, sin el cual, nada tendría sentido. De hecho, tendríamos que admitir que lo que logró Jacob con los rebaños fue un resultado conjunto de varias cosas; una práctica ancestral empírica de sus contemporáneos, más las leyes genéticas de Mendel, más la transmisión de rasgos en ausencia de un gen a través de RNA, más la fisiología de la visión según Hubel y Wiesel, y, por supuesto y más importante; de la bendición de Dios sobre él. No tenemos por qué caer en el dogmatismo, admitiendo solo una solución cuando, ante nosotros, se presentan varias explicaciones o posibilidades lógicas.
La Biblia enseña que, el Creador, hace “que todas sus obras cooperen juntas” (Romanos 8:28). Por ejemplo, él “asignó un gran pez para que se tragara a Jonás”(Jonás 1:17); después, “asignó una calabaza vinatera, para que subiera [con su sombra] sobre Jonás” (Jonás 4:6); y aun después, “asignó un gusano al ascender el alba al día siguiente, para que hiriera [secara] la calabaza vinatera” (Jonás 4:7). Con estas acciones, Dios enseñó una lección vital a su profeta Jonas para que fuera humilde y supiera tratar con empatía a las demás personas. El Creador esAquel que llama desde el naciente a un ave de rapiña; desde un país distante, al hombre que ha de ejecutar [su] consejo.” (Isaías 46:11) O sea, Dios, quien domina toda su Creación, puede manipularla, por su gran sabiduría, para producir cosas prodigiosas que parecen desafiar nuestra limitada comprensión. La razón, evidentemente, es que él conoce hasta el mínimo detalle todos los procesos naturales, puesto que él los ha creado. Lo ideal, en el caso que nos ocupa es, que alguien; científico o ganadero, en un experimento bien diseñado tratara de imitar lo que Jacob hizo para ver si se confirma algún tipo de resultado. Por lo menos, de lo que sí hay constatación es de un rebaño de 119 ovejas rayadas y moteadas que fue encontrado en Canadá y devueltas a Israel a finales de 2016. Sus genes fueron rastreados miles de años atrás; y hasta algunos expertos pensaron que se correspondían con las características descritas en Génesis 30 y 31.