Cuando
leen Génesis 30:31-42 y 31:6-13, algunas personas aducen que se trataba de una
práctica pagana supersticiosa y anticientífica. Añaden encima, que fue
refrendada por un ángel de Dios. Pero, puesto que sería francamente imposible
que Dios apoyara una práctica pagana o una superstición, debe haber una buena
razón para que se haya dejado este relato como parte del registro bíblico
“inspirado por Dios” (2 Timoteo 3:16). Por eso, otros lectores del relato,
menos críticos, reconocen simplemente, que se trata de un problema genético de difícil interpretación
científica.
Por ejemplo, si se trataba de un concepto erróneo por
parte de Jacob y sus contemporáneos esto no sería ninguna afrenta a Dios puesto
que esto entraba dentro de su propósito, ya que siglos después, el sabio rey
Salomón escribió lo siguiente: “He visto la
ocupación que Dios ha dado a los hijos de la humanidad en qué ocuparse. Todo lo
ha hecho bello a su tiempo. Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de
ellos, para que la humanidad nunca descubra la obra que el Dios [verdadero] ha
hecho desde el comienzo hasta el fin.” (Eclesiastés 3:10, 11) De modo que, como parte de la ocupación que Dios ha
dado al hombre está la de “descubrir” su obra; o dicho de otro modo: adquirir
conocimiento (o ciencia) de la Creación que nos rodea. Como la creación es una
obra colosal, no debe extrañarnos que como dice Salomón, el hombre “nunca descubra”
la obra de Dios, pues, como ha demostrado el camino de la Ciencia; éste ha sido
tan ingente como la obra que pretende descubrir. Por lo tanto, está claro que a
Dios no le disgusta que el hombre sea científico; todo lo contrario; a él le
agrada que el hombre se acerque a su creación con reverencia y respeto. Pero
Dios se ríe de los científicos pretenciosos que juegan a ser Dios, pues él
sabe, mejor que ellos, que está a años luz de ventaja sobre todo el caudal de
información que la Ciencia ha acumulado.
Esta
manera de ver el asunto está en consonancia con lo que el gran científico
Albert Einstein dijo en una ocasión: "No
soy ateo y no pienso que pueda decir que soy panteísta. El problema en cuestión
es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas.
¿No puedo responder con una parábola?
La mente humana, no importa cuán altamente capacitada esté, no puede comprender el universo. Estamos en la posición de un niño pequeño, entrando en una enorme biblioteca cuyas paredes están cubiertas hasta el techo de libros en muchos idiomas diferentes.
¿No puedo responder con una parábola?
La mente humana, no importa cuán altamente capacitada esté, no puede comprender el universo. Estamos en la posición de un niño pequeño, entrando en una enorme biblioteca cuyas paredes están cubiertas hasta el techo de libros en muchos idiomas diferentes.
El niño sabe que
alguien debió haber escrito esos libros. No sabe quién ni cómo. No entiende los
idiomas en los que están escritos. El niño observa un plan definido en la
organización de los libros, un orden misterioso, el cual, no se comprende; un
orden misterioso que no entiende pero apenas sospecha sutilmente.
Esa, me
parece, es la actitud de la mente humana, incluso de la más grande y la más
culta, hacia Dios. Vemos un universo maravillosamente organizado, obedeciendo ciertas
leyes, pero solo entendemos las leyes vagamente. Nuestras mentes limitadas no
pueden escrutar la fuerza misteriosa que balancea las constelaciones"
Podemos, por lo tanto, decir con
honestidad que Dios admite la ignorancia del hombre en cualquier tiempo y lugar
y jamás lo castiga por pretender adquirir entendimiento de los fenómenos a su
alrededor. Solo tenemos que leer Génesis 1:14-19 para darnos cuenta que, desde
el mismo principio Dios quería que el hombre aprendiera de su Creación. Cuando
Dios hizo posible que las lumbreras Sol y Luna se vieran durante el cuarto día
creativo, no solo lo hizo para “iluminar la tierra” (vers. 15); también lo hizo
para que el humano observador y científico diera un uso práctico de su
investigación, puesto que: “servirán
de señal para marcar las estaciones, los días y los años.” (vers. 14) No sin
razón, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas han fascinado a todos los
sabios de todas las épocas que, a pesar de ensayo y error, han ido construyendo
poco a poco la Cosmología, como piedra angular de la Ciencia actual.
Por lo tanto, no podemos pensar que
Dios desaprobara las prácticas de selección artificial o cría selectiva que
utilizaban Jacob y sus contemporáneos para mejorar sus rebaños. Aunque hoy no
sepamos como se originó aquella creencia antigua, no tenemos por qué denigrarla
como superstición. Puesto que la superstición se define, no solo como algo
irracional, lo cual es bastante subjetivo, sino también con algo a lo que se
atribuye un carácter sobrenatural, sagrado u oculto; si el experimento de Jacob
hubiera estado relacionado con estas cosas, entonces Dios sí lo hubiera
protegido de ello.
La cuestión entonces es: ¿fue
anticientífica la practica que utilizó Jacob para producir rebaños selectivos?
Es interesante que Jacob no estaba
diseñando un experimento basado en el método científico. Es obvio que no,
porque ni Jacob era científico ni había hipótesis en el experimento, puesto que
esta se define como un enunciado no verificado, mientras que lo que Jacob quería
hacer era algo probado empíricamente y por lo visto, común entre sus
contemporáneos. Seguramente, Jacob conocía la creencia popular entre los pastores que aseguraban
que la naturaleza de las crías depende, en parte, de las influencias externas
que rodean a la madre en el momento de la concepción. Repasemos sistemáticamente el relato. Los
versículos 31-33 del capítulo 30 de Génesis esbozan el plan de Jacob. Él motivo
del plan, no era otro que, asegurarse un salario justo por parte de su suegro
Labán y, no obstante, aunque justo, no ambicioso.
Jacob pone varas al ganado de Labán, de Murillo. Siglo XVII. Museo Meadows / U Souther Metho. Dallas-Texas. |
Precisamente, esto es así por cuanto
Labán exclamo: “¡Muy bien! Que así sea” (Gén. 30:34) La razón de la alegría de
Labán era debida a la ganancia que él conseguiría mediante este trato. A Labán,
que era un tramposo empedernido y nunca le gustaba perder, le brillaron los
ojos cuando oyó la propuesta de su yerno. Él sabía muy bien que las ovejas
blancas y las cabras negras eran las que más se reproducían entre los rebaños y
seguramente pensó para sí que su yerno era un ingenuo perdedor que lo iba a
enriquecer a él más de lo que ya lo había hecho. Efectivamente, aun hoy, se
sabe que las ovejas blancas y las cabras negras o marrones del Cercano Oriente
son las más numerosas. La razón, obviamente, se debe a que estas tienen el gen
dominante mientras que los ejemplares moteados y con grandes manchas en ambas
especies tienen el gen recesivo. Los estudios genéticos indican que la
expresión de los genes recesivos se produce aproximadamente en el 25% de la
herencia. De esta manera, Jacob, aun eligiendo la producción menor de
ejemplares “no puros”, como del 25%, por lo menos se aseguraba un salario
estable, aunque más modesto que el de su suegro Labán. Teniendo en cuenta que los
antiguos contratos de pastoreo que se realizaban en estas regiones del Medio y
Cercano Oriente, estipulaban una porción de entre el 10-12% del rebaño, junto
con un porcentaje de la lana, y de los derivados de la leche, no estuvo nada
mal el negocio. La
actuación de Jacob, por lo visto, obedeció a la codicia de Labán quien le había
cambiado su salario; devaluándolo obviamente, hasta en diez ocasiones (Génesis
31:41)
A continuación, según Génesis
30:34-36, Labán, que era bastante desconfiado, separó los rebaños moteados y
con manchas y los puso bajo custodia de sus hijos para que no se mezclaran con
los que quedaron bajo el cuidado de Jacob. Aun, a costa de hacerlo por una
razón egoísta, Labán, sin saberlo, estaba cuidando que la reproducción del
experimento se estuviera haciendo correctamente, al impedir que se
“contaminaran” las variables del experimento (los distintos rebaños). Por lo
tanto, ello significa que dejó a Jacob solo con los rebaños de animales
normales; o sea, las ovejas blancas sin manchas y las cabras negras, también
sin manchas. Labán tenía claro que las probabilidades estaban a su favor y
sacaría más ganancia que su yerno.
Pero, por lo visto, Jacob no pensaba
igual que su suegro. Eso es lo que se desprende al leer Génesis 30:37, 38 donde
Jacob puso en marcha una especie de experimento eugenésico para lograr producir
animales rayados y moteados de progenitores “puros” sin motas ni rayas. Él
pensó que podía influir en la descendencia haciendo que los progenitores
miraran las ramas o varas rayadas sobre un fondo monocromático, mientras se apareaban;
aunque, no parece que nadie se extrañara de lo que hizo Jacob, como si aquello
fuera algo nuevo. Posiblemente también era algo conocido por los ganaderos de
aquella época que se dedicaran a la cría selectiva.
De Génesis 30:39-42 se desprende
también el cuidado que Jacob puso en la segregación de los diferentes tipos de
rebaño para lograr su objetivo. Al mismo tiempo vemos otra variación del
potencial de la cría selectiva que, por cierto, nos resulta más familiar y más
coherente para nuestras mentes contemporáneas, que es la de utilizar los
sementales más fuertes para producir crías más fuertes, a lo que Jacob, por
supuesto, añadió la técnica que estamos analizando, la de mirar las varas
rayadas. Puesto que Jacob estaba utilizando los animales “puros” de Labán, sin
motas ni rayas, es evidente que también quería conseguir animales moteados y
rayados de los animales de Labán; crías que pasarían a ser suyas por el acuerdo
entre ellos. Si esto era posible, ello significaba el aumento de los rebaños de
Jacob en detrimento de los de Labán.
También vale la pena repasar algunos
detalles del proceso técnico que utilizaba Jacob que parecen algo confusos.
Génesis 30:41 indica que “siempre
que los animales más fuertes se ponían en celo, Jacob colocaba las ramas para
que los rebaños las vieran y se pusieran en celo junto a ellas.” En este texto observamos que se mencionan
dos celos diferentes; uno espontáneo, anterior a la puesta de las varas y, otro
condicionado, frente a ellas, una vez puestas. Este texto comparado con Génesis
30:38 indica que las varas servían para poner en celo a los carneros, pero, por
otra parte, algunos carneros fuertes se ponían en celo de manera espontánea o
natural, pues hoy sabemos que también obedecen a factores neuroendocrinos y
ambientales en su comportamiento sexual. Por lo tanto, lo que Jacob hacía era
potenciar este celo espontáneo exponiéndolos a las varas rayadas; se supone
que, para consolidar el celo y propiciar el apareamiento, además de, por
supuesto, del efecto condicionante de las varas para producir crías moteadas y
rayadas.
Génesis 30:43 indica que el proyecto
tuvo éxito y, Génesis 31:1-5 da cuenta de cómo los hijos de Jacob también se
dieron cuenta de ello; y hasta el mismo Labán, que cambió su actitud hacia él,
al darse cuenta que su propio plan había fallado y Jacob se había enriquecido.
Después de haber analizado con
meticulosidad nuestro relato bíblico, está claro que, no siempre se puede poner
en tela de juicio la sabiduría de los antepasados, si no; por ejemplo, por qué
estaríamos especulando en la actualidad en cuanto a cómo se construyeron las
pirámides de Egipto. Aun aceptando las varias hipótesis actuales sobre el tema,
lo cierto y contundente es que ahí están , imponentes, después de más de 4500
años. De igual modo, cabe citar aquí, para el tema que estamos tratando, al
célebre Dr. Louis Pasteur, quien afirmó en una ocasión que, "un
poco de ciencia nos aparta de Dios. Y mucha, nos aproxima a Él". Así
que vamos a ver si la Ciencia, en continuo crecimiento, tiene algo que decir
sobre la cría selectiva de Jacob y sus contemporáneos; no sea que , algunos que
se consideran científicos no lo sean tanto como creen.
En un artículo del Dr. en Genética, Daniel Cohen, sobre el relato bíblico que estamos
analizando, la primera observación que él hizo es que las ovejas que se quedó
Jacob eran homocigotas (que tienen en cada célula dos genes homólogos idénticos
que solo pueden expresar una característica heredable dominante; en nuestro
caso concreto, la piel lisa o no manchada). En nuestro ejemplo, queremos decir
que, papá cordero pasó a su cría un cromosoma con genes o información genética
idéntico al cromosoma que pasó a la cría mamá oveja. En cada uno de esos dos
cromosomas idénticos había dos lugares, llamados “locus”, con dos variables
llamados “alelos”; uno (el dominante) para codificar o crear piel lisa
monocromática y otro (el recesivo) para piel moteada o rayada. Y esto para cada
uno de los progenitores. Por deducción, el dr. Cohén clasificó como homocigotas
a las ovejas de Jacob porque todas eran uniformemente iguales o blancas, lo
cual quería decir que el alelo o gen dominante tanto en el cordero progenitor
como en la oveja progenitora era el que producía piel uniforme monocromática, o
blanca en las ovejas. En las cabras igual pero a la inversa.
No
obstante, el dr. Cohen se preguntó: ¿Cómo
es posible transmitir a la descendencia un rasgo cuyo gen está ausente en los
padres? Él pensaba que el estimulo visual por si sólo, no podía generar un gen
en el ADN de los progenitores! Le causó una gran satisfacción encontrar la explicación
científica que avala la observación del método empleado por Jacob, en un
artículo publicado en la revista Nature, tiempo atrás. El artículo mostró que
ratones progenitores homocigotos con cola manchada tuvieron en la descendencia
ratones con cola blanca. De igual manera, al hacer la prueba inversa –
homocigotos de cola blanca, tuvieron descendencia con colas manchadas.
El fenómeno descrito se conoce como
“paramutación” Otro comentario del articulo decía que, los rasgos heredables
pueden estar guardados en una memoria ajena al ADN. El mecanismo de
paramutación se realiza a través del RNA, sin la participación del ADN. Es
decir, “un estímulo” genera la síntesis del RNA, y este se acumula en todas las
células, y en consecuencia se trasmite a la descendencia. En la experiencia
publicada, se obtuvieron grandes cantidades de RNA de colas blancas en el sémen
de los ratones.
Posteriormente aislaron el semen y
al inyectarlo en los ovocitos, obtuvieron crias con colas blancas, a pesar de
provenir de progenitores sin genes de cola blanca en su ADN (ya que eran
homocigotas).
Por otro lado, trató de buscar información acerca de la
capacidad del estímulo visual, como generador de respuestas genéticas, al igual
que las varas que uso Jacob para inducir a las ovejas a tener crias moteadas.
Siguiendo
la linea de pensamiento del hallazgo científico descrito (que es posible
transmitir rasgos en ausencia de un gen en los progenitores, a través del RNA
generado por un estímulo) se dio cuenta que no era descabellado suponer que las
varas de Jacob tuvieron el efecto de generar RNA, que hiciera que
“aparececieran” genes nuevos.
Pudo encontrar que los estímulos visuales no sólo
generaban una respuesta química, transitoria y reversible una vez desaparecido
el estímulo, sino que “despertaban genes” generados por RNA. Aprendió sobre
esto, al repasar los trabajos de los premios Nobel David Hubel y Torsten Wiesel
que demostraron que los estímulos visuales generan respuestas plásticas en el
cerebro; o sea, que moldean el cerebro.
Quizá hayamos oído alguna vez que las imágenes que
“vemos” a través de nuestros ojos y se gravan en nuestra retina se componen de
miles de puntos de luz registrados por miles de neuronas que conforman la imagen
como si fueran los píxeles de la pantalla de un ordenador que, a fuerza de
organizarse, se juntan como las piezas de un puzle creando la imagen general.
En esta teoría, la imagen sería el conjunto de la función unificada de miles o
millones de neuronas. Sin embargo, las investigaciones de Hubel y Wiesel
encontraron que, no es el conjunto, sino la neurona individual la que se activa
por su propio estímulo. De esta manera, las neuronas individualmente pueden
responder a un solo componente del campo visual como, un borde y su contraste,
un movimiento y su dirección, una orientación, un color, figuras geométricas,
etc. Según esto, los animales de los rebaños de Jacob pudieron ver las varas y
los contrastes de color de las ramas descortezadas que dejaban al descubierto
su “madera blanca” (Génesis 30:37) De igual manera podían distinguir los
rebaños rayados así como los manchados o moteados.
¿Podría esto, por sí mismo, producir una experiencia
sexual que incitara al celo y el apareamiento? Bueno, los experimentos de Hubel
y Wiesel determinaron incluso el rango de edad en que la corteza visual se
desarrolla por una experiencia visual, además de su programa genético. Uno de
sus experimentos clásicos fue tapar los ojos de monos y gatos recién nacidos
durante su primera semana de vida. Aunque al final del experimento los ojos no
había recibido ningún daño, sí se observó
anormalidades en sus cerebros en comparación con los animales cuyos ojos
no habían sido tapados. Estos experimentos ayudaron a los oftalmólogos a ver
cómo las influencias tempranas en los cerebros tiernos de los niños , no
admiten demora a la hora de tratar precozmente las alteraciones visuales de los
niños, como el estrabismo o las cataratas congénitas que pueden conducir a la
ceguera. Por eso, ahora operan antes, a una edad más temprana para prevenir
tales problemas.
Podríamos decir entonces para concluir que, lo que
hasta aquí hemos considerado, nos permite ver evidencias que apuntan a la
posibilidad cierta del resultado del experimento de Jacob. Aun así, aunque
otros biblistas apuntan al hecho que, del mismo modo que las mandrágoras de
Raquel no fueron las que propiciaron su embarazo sino la bendición de Dios
sobre ella (Génesis 30:14, 15, 22-24), del mismo modo, no fue el experimento de
Jacob, sino la bendición de Dios, lo que produjo una explosión de crías moteadas y rayadas. Aunque, este
razonamiento es correcto en si mismo, también deberíamos admitir entonces, que
Jacob no tendría que haber hecho nada, sino simplemente pedir la bendición de
Dios para que su acuerdo con Labán diera sus frutos. Pero, el hecho de que
utilizara aquellas técnicas de cría selectiva debe indicar que algún efecto
tendrían también aparte de la bendición de Dios. En la Biblia, generalmente, la
bendición de Dios va acompañada de las acciones del que ha pedido su bendición;
o dicho de otro modo, la bendición de Dios potencia el efecto de las acciones
de sus siervos en la decisión o dirección que ellos se muevan.
Pero, aún otros biblistas, indican otra explicación
al enigma del relato que estamos considerando. Piensan que los rebaños de piel
lisa, blanca o negra, no eran en realidad homocigotos o de raza pura, sino
híbridos que, aunque mostraban su gen dominante (piel blanca o negra); también
llevaban en sus cromosomas, por anteriores progenitores, el gen recesivo (piel
rayada o moteada); que pudiera expresarse en ulteriores generaciones del
rebaño. Sería un caso de herencia autosómica recesiva admisible según las leyes
de Mendel. Pero de nuevo tenemos que decir que ello está bien aunque, siempre
aunado al experimento de Jacob, sin el cual, nada tendría sentido. De hecho,
tendríamos que admitir que lo que logró Jacob con los rebaños fue un resultado
conjunto de varias cosas; una práctica ancestral empírica de sus contemporáneos,
más las leyes genéticas de Mendel, más la transmisión de rasgos en ausencia de
un gen a través de RNA, más la fisiología de la visión según Hubel y Wiesel, y,
por supuesto y más importante; de la bendición de Dios sobre él. No tenemos por
qué caer en el dogmatismo, admitiendo solo una solución cuando, ante nosotros,
se presentan varias explicaciones o posibilidades lógicas.
La Biblia enseña que, el Creador, hace “que todas sus obras cooperen juntas” (Romanos
8:28). Por ejemplo, él “asignó un gran pez para que se tragara a Jonás”(Jonás
1:17); después, “asignó una calabaza vinatera, para que subiera [con su sombra]
sobre Jonás” (Jonás 4:6); y aun después, “asignó un gusano al ascender el alba
al día siguiente, para que hiriera [secara] la calabaza vinatera” (Jonás 4:7).
Con estas acciones, Dios enseñó una lección vital a su profeta Jonas para que
fuera humilde y supiera tratar con empatía a las demás personas. El Creador es “Aquel que llama desde el naciente a un ave de
rapiña; desde un país distante, al hombre que ha de ejecutar [su] consejo.”
(Isaías 46:11) O sea, Dios, quien domina toda su Creación, puede manipularla,
por su gran sabiduría, para producir cosas prodigiosas que parecen desafiar
nuestra limitada comprensión. La razón, evidentemente, es que él conoce hasta
el mínimo detalle todos los procesos naturales, puesto que él los ha creado. Lo
ideal, en el caso que nos ocupa es, que alguien; científico o ganadero, en un
experimento bien diseñado tratara de imitar lo que Jacob hizo para ver si se
confirma algún tipo de resultado. Por lo menos, de lo que sí hay constatación
es de un rebaño de 119 ovejas rayadas y moteadas que fue encontrado en Canadá y
devueltas a Israel a finales de 2016. Sus genes fueron rastreados miles de años
atrás; y hasta algunos expertos pensaron que se correspondían con las
características descritas en Génesis 30 y 31.
Referencias:
La Biblia, Génesis 30:31-42 y 31:6-13
Cit.
en Viereck, George Sylvester. "Glimpses of the Great". Duckworth,
1930. p. 372-373.; También citado en Einstein: His Life and Universe por Walter
Isaacson, p. 386).