lunes, 23 de marzo de 2020

La humanidad frente a las grandes pandemias que la asolaron (II): El Síndrome de Calor Tóxico de la Medicina Tradicional China como causa etiológica en las pandemias

El síndrome de Calor tóxico de la MTCH (en adelante Medicina Tradicional China) supone toda una revolución dentro de la medicina desde que, a principio de 2000, el Dr. y profesor Felix Irigoyen lo diera a conocer a todos los terapeutas de las medicinas alternativas y a todos aquellos médicos oficialistas que lo desearan. Esto es así, desde el momento que el Dr. Irigoyen tendiera un puente entre las distintas técnicas médicas para que hubiera una sola medicina. Ciertamente, el síndrome de Calor tóxico, operativo y conocido milenariamente por los médicos chinos, adolecía de su traducción a la fisiología que es común al organismo humano y que es enseñada en todas las facultades de medicina del mundo, incluso en China. De modo que, el Dr. Irigoyen, un día, hace ya tiempo, cogió su maleta y se presentó en China para enseñar a los propios médicos chinos la traducción de sus propios conceptos a la comprensión de la fisiología. Los conceptos de la MTCH, tales como Qi, Yin, Yang, Estancamiento, Vacío, Calor, Plenitud, Viento, Jing, Wei, y muchos más eran tratados por los médicos chinos, con explicaciones filosóficas y misteriosas, que muchas veces eran difíciles de explicar hasta por los ellos mismos. Pero la inquietud intelectual del Dr. Irigoyen vino a poner orden y concierto a todo esto. Y todos aquellos que nos dedicamos a las terapias naturales no podemos menos que agradecerle de corazón toda la investigación y docencia a este gran hombre que nos ha dado una nueva visión para que sepamos tratar certeramente a nuestros pacientes.
Pero, en primer lugar, ¿qué es el Calor tóxico y por qué supone éste toda una revolución en la medicina? Calor tóxico podemos definirlo sencillamente como Hipersensibilidad inmunitaria y, el concepto es revolucionario porque supone un cambio en el paradigma de la inmunidad. Generalmente, tendemos a asociar el estado óptimo de la inmunidad con “defensas altas” y a la inmunidad deprimida con “defensas bajas”. Esto, que parece lógico a primera vista, no es así siempre. Por ejemplo, una fiebre alta la asociamos a un buen funcionamiento de nuestra inmunidad. Sin embargo, si la fiebre pasa a ser muy alta, entonces nos ponemos en estado de alarma por la simple razón de que una fiebre muy alta puede matar a una persona. ¿Decimos entonces que una inmunidad óptima ha matado a una persona? Ciertamente que no. Cuando algo, que supuestamente nos tiene que defender nos mata significa que algo no ha funcionado bien. Una fiebre muy alta es semejante a una batalla donde se destroza al enemigo pero al mismo tiempo se arruína el campo de batalla por la intensidad desmesurada de los proyectiles que se han utilizado y se hace inservible incluso para los ganadores. Por lo tanto, podemos resumir diciendo que la Hipersensibilidad inmunitaria, es un estado de defensas muy alto, que puede arruinar nuestra salud y lo veremos después, al repasar la sintomatología durante las grandes epidemias de la historia.
Bien, ¿qué es la Hipersensibilidad inmunitaria traducida a la fisiología humana? La hipersensibilidad inmunitaria es una hipersensibilidad a las toxinas. Normalmente, hay un equilibrio perfecto entre las defensas inmunológicas del cuerpo humano y los microorganismos en su piel y mucosas, además de los que llegan al sistema respiratorio a través  del aire. Lógicamente, y por definición, cuando hablamos de hipersensibilidad a las toxinas es porque debe haberse producido un desequilibrio en la relación de nuestra inmunidad natural hacia estos microorganismos y/o sus toxinas.
Este desequilibrio se expresa al repasar el síndrome de Calor tóxico según la MTCH que consiste en: fáciles y frecuentes fiebres elevadas, repetidos procesos inflamatorios como anginas y faringitis, gastroenteritis, colecistitis, infecciones agudas, colitis infecciosa, conjuntivitis, repetidas erupciones cutáneas etc. Y, en definitiva, calor interno, hipertermia y mucha sed. Y, por supuesto, también por la alta frecuencia en su aparición. Podemos discernir este síndrome cuando observamos a muchos niños conocidos que parece que siempre están acatarrados y con cuadros febriles, en contraste con otros niños que también padecen cuadros similares pero con un contraste marcado por sus síntomas más atenuados. Por lo tanto, el síndrome de Calor tóxico esta definido por el exuberante y marcado carácter exagerado de su cuadro clínico.
Hasta los dos años de edad, el sistema inmune del bebé no se ha desarrollado completamente, por lo que es preciso la ayuda de su madre para su protección. De modo que, a través de la placenta durante la vida intrauterina y a través de la lactancia, después del nacimiento, el niño hereda un sistema inmune imnato o adquirido. Las últimas investigaciones, en este sentido, apuntan a que una infección en la madre, incluso antes del embarazo, puede aportar inmunidad celular de por vida a su bebé concebido. El doctor William Horsnell, del Instituto de Microbiología e Infección de la Universidad de Birmingham, la Universidad de Orleans en Francia y la Universidad de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, apunta: "La transferencia inmune de madre a hijo a través de la lactancia materna es una fuente muy importante de protección contra infecciones tempranas.” Otro de los investigadores, Adam Cunningham, profesor de Inmunidad Funcional en la Universidad de Birmingham, indica que la exposición de la madre a una infección puede “alterar permanentemente la inmunidad de la descendencia”, mas allá de los seis meses de protección que actualmente se aceptaban para la lactancia materna. La razón estriba en que la madre no solo transfiere anticuerpos o inmunoglobulinas a su hijo, cosa que ya sabíamos, sino que también transfiere células de protección inmune, especialmente linfocitos T con memoria de antígenos, para que el niño obtenga inmunidad de por vida de las infecciones a las que su madre ha estado expuesta.
El doctor William Horsnell explicó que, "esta es la primera demostración de que una infección antes del embarazo puede transferir la inmunidad celular de por vida a los bebés. El trabajo muestra que la exposición a una infección antes del embarazo puede llevar a una madre a transferir los beneficios inmunitarios a largo plazo a su descendencia. Esto es extraordinario y agrega una nueva dimensión a nuestra comprensión de cómo una madre puede influir en nuestra salud".
La cuestión entonces es: ¿transfiere la madre a su hijo, su peculiar y personal forma de enfrentarse a las infecciones? Quiero decir: Si una madre tiene por peculiaridad natural enfrentarse con Calor tóxico a una infección, ¿transferirá también esa naturaleza a su hijo? Esta es una cuestión apasionante, en virtud de que, lógicamente, lo que una madre transfiere a su hijo es su propia inmunidad. El niño no ha tenido tiempo de desarrollarla por sí mismo. Al mismo tiempo, esta idea puede explicar bien lo que ha ocurrido en las grandes epidemias de la historia donde, por cierto, ha habido mucho Calor tóxico.Parece lógico pensar que es posible que la genética juegue un papel importante en trasmitir esta forma peculiar de enfrentarse a las infecciones.
            Cuando yo pensé por primera vez en la gran mortalidad que producían las grandes pandemias mundiales y por qué se producían, me vino a la mente la Gripe española de 1918-1920, considerada la más devastadora de la historia humana, por su inusitada gravedad, por cuanto afectó a un tercio de la población mundial (500 millones) y murieron tan solo en los primeros seis meses 25 millones de personas (de 50 a 100 millones cuando terminó). Recuerdo que la primera idea que me vino al pensamiento fue que la humanidad había quedado deprimida y desesperanzada tras la terrible Guerra Mundial que había sufrido (1914-1918). Curiosamente, esta misma idea aparece en el artículo “Breve historia de la inmunología.” en http://www.unidiversidad.com.ar, donde hablando de la Peste de Atenas en 430 a. E. C. se describe “la relación entre el sistema inmune y el estado afectivo del paciente, decayendo "las defensas del hombre" cuando se apoderaba de éste la desesperanza.” Esta seductora idea, sin embargo, pasó de largo, al investigar los datos que sobre la Gripe española seguí descubriendo, donde la mayor morbilidad y mortalidad se produjo en jóvenes y adultos saludables entre 20-40 años, mas que en los niños y ancianos. ¿Cómo es posible esto? ¿Acaso no son los grupos de niños y ancianos los grupos de riesgo que tienen las defensas más bajas? Eso es lo que parece, pero también parece que no son las defensas bajas la respuesta a una gran morbilidad y mortalidad. Sin embargo, la hipersensibilidad del Calor tóxico bien pudiera ser la respuesta, sobre todo, al considerar que uno de los síntomas más importante en la Gripe Española fue la fiebre elevada y en las posteriores investigaciones se concluyó que una “tormenta de citocinas (más de 150 mediadores en la respuesta inflamatoria)” fue la causa de que el virus fuera tan destructor. Una de las conclusiones de la investigación sobre la Gripe Española fue que el virus mató a causa de una tormenta de citocinas, lo que explica su naturaleza extremadamente grave y el perfil poco común de edad de las víctimas.Además de la pandemia de la Gripe española unos estudios preliminares realizados en Hong Kong indicaron que ésta fue, probablemente, la principal causa de mortalidad durante la epidemia del SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) de 2003. Y también, las muertes humanas por causa de la gripe aviar H5N1 y las muertes en México durante la Pandemia de 2009 (Gripe A), conllevaron este padecimiento. De hecho, la tormenta de citocinas se considera  “una expresión sistémica de un sistema inmunitario vigoroso y sano”, pero como su nombre indica, en ciertas situaciones, la reacción (tormenta) se hace incontrolable y peligrosa hacia la extrema gravedad. Por eso, no nos debe extrañar que Wikipedia defina a esta tormenta de citocinas como una respuesta exagerada del sistema inmunitario y que el artículo “Tormenta de citoquina y la pandemia de influenza” por Angela P. Jonson (Consorcio del Noroeste de Ohio para la Salud Pública) reconozca que la tormenta de citocinas es “una respuesta inmune inapropiada (exagerada).” Y que “La tormenta de citoquinas debe tratarse y suprimirse, de lo contrario puede producir letalidad.” No es extraño, por lo tanto que, la MTCH haya consensuado una fórmula fitoterápica milenaria cuya acción es equilibrar la respuesta inmunitaria y enfriar el Calor tóxico y el calor de la sangre.
            Un breve repaso de la sintomatología de algunas de las epidemias más graves en la historia es reveladora del síndrome de Calor tóxico. 


Soldados atenienses aniquilados por la Peste del Peloponeso
Una de las epidemias más devastadoras de la antigüedad fue la Peste de Atenas de 428 a. E.C. Tucídides, en su obra “La guerra de Peloponeso describe: “En general, el individuo ... se veía súbitamente presa de los siguientes síntomas: sentía en primer lugar violento dolor de cabeza; los ojos se volvían rojos e inflamados; la lengua y la faringe asumían aspecto sanguinolento; la respiración se tornaba irregular y el aliento fétido. Se seguían espiros y ronquidos. Poco después el dolor se localizaba en el pecho, acompañándose de tos violenta; cuando atacaba al estomago, provocaba náuseas y vómitos con regurgitación de bilis (...) La mayor parte moria al cabo de 7 a 9 días consumidos por el fuego interior. (...) Y si alguno conseguía superar este periodo y aun le quedaban fuerzas, la diarrea que se imponía a continuación acababan con cualquier esperanza y el enfermo moría sin remisión. Ello significa que aunque la temperatura en la piel no fuera notablemente alta; sin embargo la fiebre interior era tan sentida por el enfermo que no soportaba el taparse; incluso desnudarse era lo deseable. Algunos hasta se arrojaban al agua para lograr algo de alivio. Los pájaros y los animales carnívoros no tocaban los cadáveres a pesar de la infinidad de ellos que permanecían insepultos. Si alguno los tocaba caía muerto".
            La Peste de Siracusa en 396 a. E.C.  se manifestó inicialmente con síntomas respiratorios, fiebre, tumefacción del cuello y dolores costales. Seguidamente aparecían disenteria y erupciónes pustulosas en toda la superficie del cuerpo. Los soldados morían entre el cuarto y sexto día, con ataques de delirio y sufrimientos atroces.
            Galeno, el famoso médico griego del siglo II, considerado uno de los más completos investigadores de la Edad Antigua durante el Imperio Romano, describió los síntomas de la Peste Antonina de 166 E.C. de esta manera: "ardor inflamatorio en los ojos; enrojecimiento ... de la cavidad bucal y de la lengua; aversión a los alimentos; sed inextinguible; temperatura exterior normal, contrastando con la sensación de abrasamento interior; piel enrojecida y húmeda; tos violenta y ronca; signos de flegmasia (edema y dolor severo) laringobronquial; fetidez del aliento; erupciones y fístulas, diarrea, agotamiento físico; gangrenas parciales y separación espontánea de órganos; perturbaciones de las faculdades intelectuales; delirio tranquilo o furioso y muerte entre el séptimo y noveno día".
            La Peste de Cipriano en 251 E.C. descrita por Cipriano, obispo de Cartago "se iniciaba por un fuerte dolor de vientre que agotaba las fuerzas. Los enfermos se quejaban de un insoportable calor interno. Luego se declaraba angina dolorosa; vómitos se acompañaban de dolores en las entrañas; los ojos inyectados de sangre. (...). Unos perdían la audición, y otros la vista.”
            La Peste Justiniana en 542 E.C. comenzaba por una súbita fiebre no de gran intensidad y a los pocos días aparecían unas hinchazones bubónicas en las axilas, detrás de las orejas y en los muslos. Luego unos quedaban sumidos en un coma profundo o en un estado delirante. Sufrían inapetencia y a veces en medio de un violento frenesí, se lanzaban al agua. Algunos morían rápidamente, otros a los pocos días, con pústulas negras que se abrían en los lugares donde tenían las bubas. Algunos vomitaban sangre y algunos se salvaban, sobre todo aquéllos que supuraban por las bubas. Morían de 5.000 a 10.000 personas cada día.
            Podríamos seguir investigando entre las muchas pandemias que sufrió la humanidad durante su historia, pero, para muestra, las que acabamos de presentar, sin duda, describen un cuadro apropiado de los síntomas que hemos descrito al definir el Síndrome de Calor tóxico. Entender bien este síndrome supone tratar una forma alternativa de enfrentarse a las epidemias que asolan a la humanidad.


Bibliografía:

El otro Paradigma. Puente entre técnicas médicas. Lección 1. Félix Irigoyen / Antonio Grau
Editorial Mediterránia (2004)


1 comentario:

  1. Félix Irigoyen 26 mar 2020 16:28

    Buenas Jesús! Me ha parecido interesantísimo tu artículo, un enfoque muy muy bueno el enlazar el Calor Tóxico con las epidemias a lo largo de la historia! Gracias por mencionarme con tanto cariño. Un abrazo!

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