El Dios de Newton
Cuando en 1936, más de 200 años
después de la muerte de Newton se subastaron los documentos de su biblioteca,
que hasta ese momento no se habían editado y por lo tanto eran desconocidos; se
vio claramente que el mayor volumen de sus escritos se correspondían a estudios
de teología y de alquimia; mucho más que los que correspondían a física. De
esta manera, se pudo comprender que durante el fructífero tiempo mientras
estuvo en Cambridge, especialmente desde 1668, Newton estuvo muy ocupado con la
investigación teológica. La realidad es que estos escritos, muchos de los
cuales, aun están sin editar actualmente, dejan claro la preocupación vital de
Newton por entender la mente de Dios en la Creación. Newton tuvo claro que Dios
es un geómetra y matemático sin parangón y por eso, además de sus estudios
matemáticos de física, trató de ver en la Biblia elementos afines a su
concepción divina. Por ejemplo, tras un profundo estudio del libro del profeta
Ezequiel, Newton reconstruyó el plano del templo del rey Salomón y trató de ver
en sus medidas y diseño aspectos alegóricos del Cosmos creado por Dios. Es
comprensible que para un físico matemático como Newton la numerología le
atrajera enormemente y que las medidas y cifras contenidas en las Escrituras
tuvieran un significado especial más allá de la simple arquitectura.
De todos
modos, en la actualidad existe una controversia sobre si Newton era un simple deísta
no religioso; o sea, un creyente en Dios a través de la razón o más bien un
teísta; un creyente en el Dios que utiliza la revelación para interactuar con
los creyentes a través de la fé. En 1980, el historiador de la ciencia, Richard S. Westfall, doctor de la Universidad
de Yale, publicó su famosa biografía sobre Isaac Newton. Este autor, considera
que, esencialmente, Newton era un deísta, mientras que otros, como James Force, doctor en filosofía de la Universidad de Washington; Rob Iliffe, profesor de historia de la
ciencia de la Universidad de Oxford y Stephen Snobelen, profesor de historia de
la ciencia y la tecnología de la Universidad de Kings College; todos
especialistas en Newton, consideran que él no era un deísta. Todos ellos
consideran que el tiempo que Newton dedicó al estudio de la Biblia, que fue
mucho, demuestra que no era un deísta.
Los seguidores de
la primera postura tratan de ver en Newton un creyente en el Dios de la
naturaleza pero no el Dios que se revela a través de las Sagradas Escrituras.
Por lo tanto, tratan de ver la creencia de Newton en la Biblia como el de un
registro histórico, primero del pueblo judío y después, en el caso del Nuevo
Testamento, como el registro del ministerio de Jesús por traer de nuevo a los
hombres a la religión verdadera. Por ejemplo, John Henry, historiador de la
ciencia de la Universidad de Edimburgo, en su obra “Isaac Newton: ciencia y
religión en la unidad de su pensamiento”, cita de Newton las palabras “existe
un Dios… y un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo el hombre”, que él
escribió al final de su vida en sus “Doce artículos” para probar que para
Newton, Jesús era un mero hombre. Sin embargo, esto es un craso error; Newton
estaba citando directamente de la 1ª carta a Timoteo 2:5 y, aunque es cierto
que el apóstol Pablo escribió estas palabras y efectivamente dijo que
Jesucristo era “un hombre” no por ello quiso decir un simple hombre más. Solo
hay que leer un poco más adelante en 3:16, “fue puesto de manifiesto en carne,
… fue recibido arriba en gloria”; y un poco después en 6:14, “hasta la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo”; para entender que Pablo creía que
el hombre Jesús era el Mesías o Cristo, que existía antes manifestarse en
carne, que fue resucitado y glorificado “arriba” en el cielo y que volvería
para manifestarse de nuevo. Y eso sin recurrir a ninguna de las otras cartas
del apóstol Pablo, donde deja claro inequívocamente que para él, Jesús era el
hijo enviado por Dios.
Los de la segunda postura, sin embargo, pueden aducir
muchos testimonios del propio Newton que demuestran, sin lugar a dudas que él
era un teísta; un creyente ferviente en el Dios Revelador de las Escrituras.
Para él, las profecías de la Biblia, especialmente Daniel y Apocalipsis,
indicaban que Dios intervenía en la historia de la humanidad y de las potencias
políticas. Además, en sus últimos años él [en su intimidad] escribió en
reiteradas ocasiones expresiones de creyente claras como esta:
“Debemos creer que hay un Dios o Monarca supremo al cual hemos de temer y
obedecer, y cuyas leyes hemos de cumplir, aparte de honrarle y glorificarle.
Debemos creer que El es el padre de todas las cosas y que ama a su pueblo como
si fueran sus propios hijos, y que éstos han de amarle recíprocamente, aparte
de obedecerle como obedece un hijo a su padre.”
Por todo ello, podríamos
sintetizar que, básicamente, Newton era un deísta para los científicos, y un teísta
para la gente común. Un deísta para los científicos porque, aunque no fueran
religiosos, sí tenían que reconocer la existencia de un Creador sapientísimo
que gobernaba el mundo y todos los fenómenos naturales; y un teísta para la
gente común porque, aunque no entendieran ni papa de matemáticas avanzadas ni
de ciencias, sí tenían una necesidad imperiosa de creer y alabar a un Dios de
propósito para la humanidad que diera sentido a sus propias vidas. Seguramente
Newton leyó muchas veces la carta a los Romanos 1:20, donde el apóstol Pablo
escribió: “Porque las [cualidades]
invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante,
porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad,
de modo que ellos son inexcusables.” Sin duda, para Newton, conocer a Dios
a través de su Creación era una tarea de primer orden en la que él se esforzó
mucho por presentarlo a sus propios colegas científicos.
Pero lo haría a la
posteridad. Parece que Newton compartió con algunos íntimos sus puntos de vista
sobre Dios pero con mucho tacto y reserva. De hecho, sabemos de la dilación de
Newton por publicar sus trabajos científicos por su marcada afectación a la
crítica, aunque había total libertad en Cambridge para dilucidar cuestiones de
esa índole. Pero otra cosa muy distinta eran las cuestiones religiosas que se
apartaran de la ortodoxia. La amenaza de caer en desgracia, llegando incluso al
ostracismo social y al olvido hubieran sido desastrosas para Newton. Aunque no
sabemos con seguridad qué hubiera pasado con él si se hubiera llegado a saber
su postura heterodoxa, podemos intuir que cabría la probabilidad de que muchos
de sus descubrimientos científicos se habrían perdido para siempre.
Newton conoció de
primera mano lo que le ocurrió a William Whiston, quien en 1693 llegó a
Cambridge para estudiar matemáticas con Newton. Llegó a ser su profesor adjunto
y tan brillante matemático que sucedió a Newton en la cátedra lucasiana.
También llegaron a ser buenos amigos y recibió la influencia de Newton en
cuestiones religiosas, quien lo alentó a interesarse en la cronología y
doctrinas bíblicas. Pero a diferencia del reservado y temeroso Newton, la
franqueza de Whiston le llevó a airear sin reservas sus puntos de vista
religiosos, al grado de escribir en 1708 a los arzobispos de Canterbury y York
para que reformaran, nada menos, que el Dogma de la Trinidad. Alentado primero
a la prudencia, su persistencia lo llevó inexorablemente a su declive. La
Universidad de Cambridge le negó la publicación de su folleto, la pérdida de su
cátedra y finalmente, la expulsión de la institución. En 1710 fue acusado de
enseñar doctrinas contrarias a la Iglesia de Inglaterra y se le sometió a un
proceso judicial de cinco años que culminó con su extigmatización como hereje y
expuesto a la mofa y el desprecio de muchos.
Si Newton hubiera
actuado de igual forma que su colega Whiston, presumiblemente hubiera corrido
su misma suerte, pasando de la gloria a la deshonra pública de manera
dramática. Pero como dice la Biblia en Eclesiastés 1:15, “Lo que se hace
torcido no se puede enderezar, y no hay manera de contar lo que falta.”
Efectivamente, no hay manera de contar lo que hubiera ocurrido si Newton hubiera
actuado de manera distinta a como lo hizo. No es el cometido de la Historia
elucubrar con tales interrogantes, sino más bien atenerse a los hechos; y
muchas veces los hechos y la verdad son concordantes; y la verdad fue que Isaac
Newton lejos de actuar como su amigo Whiston; más bien no le tendió su mano
amiga y se apartó de él para que no le salpicara su mismo destino. ¿Cobardía o
prudencia? ¿Amor a la gloria personal o temor visceral a la vergüenza pública?
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